Frank (Federico Luppi), un hombre de campo que se dedica al cuidado de sus ovejas, acaba de perder a su hija, la única persona con la que convivía. Para aliviar su soledad y tristeza, decide trasladarse a Buenos Aires, donde reside y trabaja su nieta, Alina (Antonella Costa).
La aparición de Frank le supone a Alina mayores incomodidades que alegrías. No obstante, con la llegada de su abuelo y, sobre todo, con su partida, Alina llegará a tener conocimiento de hechos relevantes de su existencia que desconocía.
Eduardo Mignona, el director de Sol de otoño (1996), en cuya producción logró unir a dos de los intérpretes más agraciados del cine argentino, a saber, Federico Luppi y Norma Aleandro, ha decidido separarles en sus dos últimos trabajos con diferentes resultados.
En Cleopatra (2003), Norma Aleandro volvía a tomar posesión de la cámara y exhibía su talento artístico, pero sin que llegara a resultar el conjunto de la obra, de la perfección de la que ahora protagoniza Federico Luppi.
El viento es un ejercicio de calidad cinematográfica, cimentado sobre tres pilares: un guión excelente del propio director y de Graciela Maglie; una interpretación exquisita de todo el elenco, pero especialmente de Luppi (mucho más contenido que en otras ocasiones) y de Antonella Costa (Hoy y mañana (2003)); y, finalmente, un cautivador fondo musical creado, a la sazón, por Juan Ponce de León.
El viento es cine de sentimientos, plagado de momentos en los que el alma de los personajes se desnuda sin ningún tapujo, vislumbrándose lo que de verdad hay en el interior de los mismos.
En este sentido, caben señalar, entre otros, esos instantes en los que Luppi explica el prolijo parto de las ovejas, o bien, la narración al novio de su nieta, de la anécdota en la que su padre saltaba al campo de fútbol y estrechaba la mano del portero.
Pero este último trabajo de Mignona, rodado con mucha convicción y exquisito gusto es, sobre todo, un tratado o una lección de experiencia cuyos argumentos son prácticamente irrebatibles, ya que se fundamentan desde la solidez que aporta la vida vivida.