“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Cordero de Dios, el iceberg de una dictadura
    Por Pablo Gamba

    Cordero de Dios (2008) es un filme sobre cómo siguen apareciendo en el presente los fantasmas de una no tan lejana dictadura, tal como el reflejo de uno de los personajes del pasado en las ventanas de un tren en marcha. Trata de cómo la represión sigue envenenando las relaciones de los miembros de una familia y sus tentáculos se extienden hasta mucho después de la restauración de la democracia. Alcanzan a los que el horror llevó al exilio.

    El filme coescrito y dirigido por Lucía Cedrón, que ganó el Oso de Plata en el Festival de Berlín en 2003 por el cortometraje In absentia, se desarrolla paralelamente en 2002 y en la época del régimen militar. Transcurre en los alrededores del Mundial de Fútbol que se celebró en Argentina en 1978 y en tiempos del llamado “corralito”, las restricciones bancarias establecidas en 2001. El de la cinta es un país en el que la crisis se extiende continuamente a lo largo de la historia, bien sea de tipo político o crisis económica.

    La película comienza con el secuestro de Arturo, abuelo de Guillermina, que vive en Argentina, y es el padre de Teresa, la exiliada en Francia. Piden 400 000 dólares de rescate. La primera decide pagar y a la segunda adelantar un viaje al país, al que había aceptado regresar para dar testimonio en los juicios sobre la guerra sucia. La actitud negligente que manifiesta Teresa revela la persistencia de un conflicto con su padre, que enturbia también las relaciones con su hija. Sus sentimientos afloran en una escena en la que llega confesarle a una amiga su deseo de que Arturo muera. Los flash backs van revelando progresivamente su origen: el vínculo que la mujer sospecha que existió entre su padre y la represión militar, como consecuencia de la cual “desapareció” Paco, el padre de Guillermina.

    El principal mérito de Cordero de Dios se deriva de su fidelidad a la idea del iceberg del escritor Ernest Hemingway: su fortaleza esta en omitir mucha información clave que se supone que tanto el autor como el espectador conocen. Es un filme, por tanto, participativo. El ofrecimiento de un general retirado, amigo de Arturo, de prestarles el dinero para el rescate a cambio de que Teresa desista de dar testimonio en los juicios es el más significativo de esos datos que apenas muestran una parte de todo lo que hay bajo la superficie.

    El problema es que el escritor veía en ello una forma de acercar la literatura a la verdad de la vida pero también puede ocurrir otra cosa. En Cordero de Dios es posible llenar la parte invisible de la historia con los lugares comunes del drama familiar, de los filmes de misterio o de las teorías conspirativas. No se alcanzaría así toda la profundidad que hay en la historia. Podría no percibirse, por ejemplo, la dignidad que hay en el fondo del resentimiento y de la necedad que parece manifestar el comportamiento de Teresa. Pero hay en el filme indicios intrigantes, que plantean preguntas al espectador para invitarle a llegar al fondo de las cosas más allá de los tópicos. Por ejemplo, ¿por qué ni a Guillermina ni a Teresa les pasa jamás por la mente la posibilidad de acudir con el caso a la policía, ni siquiera cuando las llaman de una comisaría por la recuperación de la camioneta de Arturo? Uno más sutil es que los ricos de ayer siguen siendo ricos, con dólares a la mano y dinero disponible para comprar la casa que Guillermina y Teresa deben vender para pagar el rescate, a pesar de la crisis económica.

    Hay una escena en Cordero de Dios en la que la niña Guillermina juega con unas muñecas rusas, y de eso se trata la experiencia de ver el filme: de ir juntando las piezas y de ver cómo calzan unas dentro de otras, en los círculos concéntricos del presente y el pasado. Algunas partes de la historia están en el filme y otras en la cabeza del espectador, que en consecuencia armará su propio juego de acuerdo con su conocimiento y vivencias. Pero una película como esa suele ser tema de discusión, por lo que muy probablemente los cafés o las cervezas harán propicio que los que saben cuenten lo que saben para ayudar a entender a los demás. En eso la cinta de Cedrón guarda un estrecho parecido con Kamchatka (2002) de Marcelo Piñeyro.
    By Pablo Gamba



    (Fuente: Revistavertigo.info)


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