Tal vez lo más perturbador de Año bisiesto, producción mexicana estrenada en Cannes, no es la relación morbosa y decadente entre una masoquista y un sádico, sino la reflexión acerca de la fealdad —o lo que se entiende convencionalmente como fealdad— que funciona como un aislante social que arrincona y oprime, que sofoca en lo más íntimo hasta llevar al clímax de la soledad.
Año Bisiesto, la película dirigida por Michael Rowe, el australiano naturalizado mexicano, podría ser vista como un triunfo del cine intimista, pero también una de las cumbres de un tipo de cine tercermundista que fascina a los críticos y festivales europeos, un cine lúgubre y sórdido sobre la miseria de la condición humana, como antes se ha mostrado en Amores perros (Alejandro González Iñárritu, 2000) o en Batalla en el cielo (Carlos Reygadas, 2004) y en otros filmes que pueblan la cinematografía mexicana de los últimos 30 o 40 años, a partir de la obra de cineastas como Arturo Ripstein, Felipe Cazals o Jaime Humberto Hermosillo.
Sin embargo, Año bisiesto tiene sus propios recursos y méritos. El relato se centra en Laura (Mónica del Carmen), una reportera freelance que vive en el DF y escribe artículos para algunas revistas. Es una joven de origen oaxaqueño, indígena, poco agraciada físicamente, según el discutible estándar de belleza. Vive en la soledad, visitada periódicamente por su hermano menor, mientras satisface su sexualidad con amantes ocasionales o masturbándose mientras espía a los vecinos. Una noche lleva a su departamento a Arturo (Gustavo Sánchez Parra), con quien inicia una relación sexual anómala, cada vez más degradante y cruel pero también, paradójicamente, más cariñosa. Así, ella se somete al dominio de su amante hasta límites insospechados.
Es un filme crudo, y por momentos hasta grotesco, esperpéntico si se apela a la tradición literaria de este vocablo. Es curioso que el público se ría en ciertas escenas, lo que parece más bien una reacción frente a todo lo perturbador que se proyecta en la pantalla, un antídoto contra la peculiaridad frente a unos personajes peculiares pero al mismo tiempo gente común.
Así, en el filme, el significado de un "año bisiesto" se vuelve una metáfora poética, sobre lo extraño que se desliza tras las apariencias y la normalidad, algo a veces invisible para los demás, como sucede con el hermano de la protagonista, que es incapaz de notar algún síntoma del frágil estado anímico de Laura.
El guión es del propio Rowe y de Lucía Carreras, bajo la producción de Machete Producciones. Sobresalen las sobrias actuaciones de Mónica del Carmen y Sánchez Parra, que han tenido que sacar adelante unos personajes realmente complejos, en situaciones extremas de intimidad. Huelga decir que el filme ha llamado aún más la atención a partir de la obtención de la Cámara de Oro, un importante premio que se otorga a la mejor opera prima en el Festival de Cannes.
Año Bisiesto es un filme desolador, producido con muy pocos recursos, prácticamente filmado en un solo interior, sin música, a veces de un ritmo lento, aplastante, que se aprovecha para merodear por la monótona (¿vacía?) vida de la protagonista. Abundan las escenas donde se observa a Laura en situaciones cotidianas, mientras charla por teléfono, escribe en la computadora o acude al baño; son secuencias aparentemente intrascendentes, pero que al final le confieren una extraña textura casi antropológica al retrato de este personaje y su universo.
El filme saca el aliento, provoca y lastima, lo que es un mérito del guión y de la dirección. Hay cierto abuso del efectismo de la crueldad, pero es inevitable que toda la carga de situaciones conducen a la reflexión acerca de la decadencia, o de la presencia continua de la muerte, o del significado de la soledad y los deseos (in)satisfechos. No es una película para cualquier público. Hay que llegar atento y preparado, con el estómago blindado, para contemplar el doloroso transe de un ser atormentado.