Volvemos a encontrarnos ante una narración de historias. La venezolana Solveig Hoogesteijn presenta un título en la que ofrece la impresión de que al realizar el guión de Maroa estaba pensando en voz alta sobre la situación que ha intentado reflejar. Solveig había visitado un albergue para niños de la calle en Caracas donde descubrió la dureza de la vida de estos pequeños cuya única solución a sus circunstancias es la de tocar los instrumentos musicales de la banda del pequeño albergue.

Impactada reflexiono en los motivos, las consecuencias, las razones. Incluso se sintió como uno de esos niños. Vivió las circunstancias y las contó, en este retrato de una niña de once años que habían pasado por momentos muy duros en su vida y que afortunadamente a través del profesor de música su vida da un giro de 360 grados.

La película habla, cuenta y opina sobre las circunstancias políticas y policiales de la Venezuela actual. Pasa de contar una historia, a transmitir unos sentimientos y sensaciones, en señal de protesta y comunicación a la sociedad de la realidad política y social de Venezuela.

Incluso el relato del comportamiento de la policía venezolana puede tener connotaciones críticas y ofensivas, como parte de ese retrato de una parte de la sociedad venezolana.

La película tiene el sabor del cine clásico, de un drama humano real, de una situación extrema y de cómo puede cambiar una vida, unas circunstancias personales. Es una coproducción hispano venezolana donde la protagonista, Yorlis Domínguez debuta en el cine y es encontrada “como por casualidad” por la directora de casting cuando Yorlis paseaba por las calles de Caracas con su padre.

Tristan Ulloa es la representación española en la producción. En un papel que se reencuentra con los valores fundamentales de la interpretación, donde los sentimientos y la historia son los verdaderos protagonistas de un filme tierno y emotivo.