“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Boogie, el aceitoso: El más duro de todos
    Por José Arce

    Gustavo Cova adapta para el cine de animación el gigantesco personaje nacido de la imaginación de Roberto Fontanarrosa. Violencia y humor se dan la mano de modo desorbitado en una producción cuidada, oscura y animalmente hilarante.

    A Boogie, el aceitoso, mejor no se la juegues. Si no, que se lo digan a quienes tratan de sobrevivir a la experiencia de conocerle, de un modo u otro. Gustavo Cova adapta para el cine de animación el enorme personaje creado por el argentino Roberto Fontanarrosa, tristemente fallecido en 2007 y que no podrá ver cómo su genial creación llena la pantalla de sangre, sudor y lágrimas, casi todas ellas ajenas. Una fantástica traslación que despertó las pasiones del prestigioso Festival de Annecy antes de arrancar las ovaciones del siempre vociferante y jubiloso —además de exigente en grado sumo— palco de la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián.

    Y con todo merecimiento, además. Racista, misógino, independiente, «prófugo desde su mismo nacimiento», la película de Cova exalta las virtudes de un verdadero tótem del odio al otro, entendido ese otro por la práctica totalidad de la humanidad, al margen de razas o fronteras. Convertido en la aspiración ideal e imposible de José Luis Torrente —un cándido angelito a su lado—, el estilo visual del film arrasa desde sus mismos créditos, que presentan a un protagonista visceral, salvaje y sanguinario, mercenario imposible —por exceso de efectividad— que pulula por una ciudad eternamente oscura y tenebrosa, en la que nadie está a salvo de nadie y en la que la corrupción domina a su antojo el devenir de una realidad mugrienta, desidealizada pero no exenta de panoramas por todos conocidos, cuando no sufridos.

    La voz de Pablo Echarri multiplica el estilo lapidario de un icono inolvidable y burlesco desde su sinceridad, honesto desde su virilidad irrevocable, en una aventura visualmente esplendorosa y descerebrada que no da respiro al espectador; desde el estrato suburbial a las esferas de poder, la hilaridad animal de la trama arranca carcajadas y espantos a partes iguales, a partir de un guión de Marcelo Páez Cubells tan coherente en su poso esencial como en su estructura narrativa, enaltecida desde una banda sonora de Diego Monk de tintes glorificadores y ritmos metalero/destructivos. Un antihéroe exagerado de nuestro tiempo, digno sucesor de los justicieros callejeros que han dominado cierto ramal del thriller policíaco desde hace décadas para delirio de delincuentes inmutables y ciudadanos circunspectos convertidos en hordas de daños colaterales. El dolor, la mala leche y el pragmatismo radical flotan en el ambiente, como el perpetuo cigarrillo que adorna el malencarado rostro de este ejército de un solo hombre. Y sigue suelto, cuidado.


    (Fuente: Labutaca.net)


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