“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Cuestiones de IDENTIDAD, El Bien Esquivo
    Por Eliane Karp y Linda Lema

    Se ha dicho que El Bien Esquivo de Augusto Tamayo podría ser una obra irrepetible del cine peruano. El crítico de cine Isaac León ha sostenido que Tamayo ha logrado una película sorprendente en el cine peruano y latinoamericano.
    Para los que tuvimos el privilegio de ver la obra El Bien Esquivo, nos queda el compromiso de analizar y reflexionar temas y problemas abordados en la cinta. Tamayo nos remite al pasado, al contexto histórico del coloniaje del Siglo XVII, haciéndonos percibir que, luego de 500 años, los problemas del indígena, del mestizo, la discriminación racial y la exclusión cultural y religiosa aún están pendientes. Nuestro interés no es relatar las dos historias paralelas que confluyen en la orfandad y la muerte. La historia de Jerónimo de Avila, mestizo, que busca su identidad de sangre, y la de la monja escritora, Inés de Carvajal, que busca su identidad de la escritura.
    Nos centramos en tres relatos que El Bien Esquivo aborda, los extirpadores de idolatrías en su intento de borrar la memoria colectiva a un potente pueblo y cultura inka; el problema de una nueva raza, los mestizos, sin identidad ni derechos y, la situación de la mujer religiosa, que por terror y miedo asume la fe, prohibiéndole la Iglesia todo compromiso con la creación intelectual.
    Primero, El Bien Esquivo transcurre en el Perú colonial de 1618. Momento en que las autoridades españolas en su objetivo de terminar con la existencia dual de dos culturas superpuestas, la indígena y la española, toman conciencia de la resistencia cultural de los indios y emprenden las campañas de extirpación de idolatrías a cargo de las misiones eclesiásticas, con el fin de eliminar todo vestigio de los antiguos dioses andinos e imponer un solo dios.
    Tamayo nos transporta en el tiempo y nos ofrece imágenes desgarradoras de las campañas inquisidoras. A lo largo de la obra, Páucar, sacerdote indio, oficiante ante los dioses indígenas, acusado de hechicero, fue perseguido y torturado en lengua quechua por los extirpadores. Páucar se resiste a revelar el secreto del lugar de la huaca, centro de adoración de las divinidades. El fraile Mateo exhorta a los indígenas, les lee un edicto contra las idolatrías, dice Os exhortamos. Si saben de alguna persona, hombres y mujeres, hayan adorado o mochado huacas, cerros y manantiales, pidiendo salud, vida y bienes temporales. Si saben de alguna persona que haya adorado al sol, luna o las estrellas que llaman Oncoy. Dentro de la casa, el inquisidor, Fray Ignacio de Araujo, observa al curaca indígena, quien temblando de miedo, responde Por la santa madre, aquí solo adoramos la cruz... quemamos hace mucho a los malquis. El extirpador de idolatrías fija la mirada en un retablo de la Inmaculada Concepción, enseguida exclama, ¡Rómpanlo!. Se acerca al retablo y observa que tras la imagen de la virgen, descansan los dioses indígenas y las vasijas de oro y plata. El indio curaca cae de rodillas y, bañado en lágrimas, besa el anillo del representante de la Iglesia Te lo juro Señor, padre nuestro bendícenos, que no es nuestra voluntad, aquí todos somos buenos cristianos, ignorantes pero obedientes... Adoramos a Cristo, a la Virgen, al espíritu...
    Segundo, la colonia española impuso dos ordenamientos jurídicos, que determinaron dos conjuntos diferenciados de individuos: indios y españoles. Dentro de esta dualidad, la nueva raza de los mestizos no tenía cabida, no gozaron de beneficios y sufrieron todo tipo de rechazos. La búsqueda de la identidad mestiza aún continúa. Persistentemente, José María Arguedas diría que él era producto de esa raza, mitad indígena, mitad occidental.
    El Bien Esquivo centra el relato de Jerónimo de Avila, un mestizo hijo de un conquistador y madre india que retorna al Perú en busca de identidad. En su trágica búsqueda, Jerónimo, va develando su propia identidad, una nueva raza, mezcla de sangre, lengua y religión occidental y andina. Jerónimo se reencuentra con su madre india curaca, doña Francisca Chaupistanta, ella al verlo exclama en quechua ChuriyÖJeronimicha. Has vuelto. La madre al morir le revela que tiene otro nombre. La escena conduce a una cueva cóncava y hendida. Alusión al círculo mítico de la vida y la muerte. Allí fue bautizado Jerónimo. Allí concluye la vida de Francisca. Sobre una mesa de piedra los indígenas extienden el cuerpo desnudo de Francisca. Los indios, con decisión y seguridad, manipulan el cuerpo, lo embadurnan con tintes. Abren un cuy y vierten la sangre sobre el cuerpo, mientras uno de ellos le habla a la muerta. Otro coloca maíz y una botija de chicha al costado. Llenan la boca de Francisca con coca y enfardan el cuerpo en mantas coloridas. Jerónimo está estremecido. Uno de los indígenas dice unas cuantas palabras en quechua. Se retiran.
    Tercero, el caso de Inés Vargas de Carvajal expresa la situación de una joven monja cultivada que viste hábitos de claustro en contra de su voluntad. Inés, en el convento de las Cayetanas, expresa su rebeldía a través de la escritura de cuartillas poéticas. El extirpador de idolatrías la investiga y la interroga, busca espulgar su alma y quebrar su orgullo creador. Revisa los poemas de Inés, la interroga, le dice Has leído mucho... Aristóteles, Platón.... Inés fue obligada a alejarse de las letras, enviada al destierro. Otra violación más.
    Finalmente, Jerónimo e Inés fugan sin alcanzar sus propósitos. Los inquisidores los alcanzan y los matan. Los frailes oran junto al cadáver de Páucar, clavan una cruz. Sobre las montañas resuena un trueno, el Inquisidor hecha agua bendita. El fraile Mateo pregunta ¿Olvidarán?. El inquisidor Ignacio responde Con el tiempo.... Han transcurrido 500 años, los indígenas y mestizos de este país no han olvidado. Esperan una gran nación integrada por muchas naciones, como lo fuera la nación del Tawantinsuyo. Esta es la modernidad. El Bien Esquivo termina presentando a los altos nevados de los Andes, los Apus que tienen la última palabra, ellos se elevan cubriendo el horizonte. Advierten que ha llegado el tiempo del cambio. Rogamos a Augusto Tamayo lleve a efecto la segunda parte de El Bien Esquivo.


    (Fuente: La Republica del 20/08/2001)


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