“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

ENTREVISTA


  • Hay que volver a hablar de política, asegura Pablo Dotta
    Por Dean Luis Reyes

    Los relatos en torno al cine uruguayo siempre comienzan por la queja: país poco poblado, de ambigua identidad cultural, con un vecino como Argentina que absorbe las fuentes de su imaginario. No obstante, con el material proteico de esos mismos dejos, Pablo Dotta hizo El dirigible, primer largometraje dirigido por un egresado de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, así como el primero realizado en 35mm. en Uruguay, después de muchos años de silencio cinematográfico.

    Como asegura Mariana Amieva en Cine sin orillas, “Las preguntas que plantea El dirigible siguen ahí, esperando ya no respuestas, sino un espacio de debate. ¿Con qué imágenes conformamos la memoria colectiva? ¿Existen memorias en conflicto? ¿Cuáles son las imágenes que faltan? ¿Por qué algunos hechos son más difíciles de recordar que otros? ¿Cuáles son las imágenes de Uruguay y su historia que están generando los recientes largometrajes locales? ¿Serán llevadas por el primer viento que pase?”

    Esas mismas preguntas vuelven a aparecer cuando converso con Dotta.

    ¿Cuál era tu vínculo con el mundo del audiovisual antes de irte a estudiar a la EICTV y de qué manera llegaste a decidir la clase de cine que querías hacer?
    Mi formación antes de venir a la escuela era de sociólogo. También había trabajado mucho como fotógrafo de foto fija. Luego de varios años de exilio político con mi familia, al volver a Uruguay, supe de la escuela e hice los exámenes de ingreso. La escuela, por supuesto, marcó un antes y un después en la vida de todos nosotros. Yo fui parte de la primera generación, y es curioso que, antes de ser la EICTV, era una escuela en el campo que se llamaba José Artigas, así que siempre estuve como en casa. En las vacaciones, con un grupo de estudiantes, hicimos dos cortometrajes, como parte de los ejercicios: La superficie y Tahití, con los que ganamos el premio Coral al mejor cortometraje en el Festival de Cine de La Habana y varios premios en diferentes festivales. Fue un buen impulso para animarnos, luego, a hacer un largometraje, apenas egresados de la escuela. Hablo de El dirigible.

    ¿Cómo fue el proceso para realizar El dirigible en un país como Uruguay con las dificultades que ha tenido para generar una producción cinematográfica estable, visible? ¿Cómo conseguiste armar esto?
    En parte, con una dosis de inconsciencia muy grande, y en parte porque, después de la experiencia de la escuela, uno sale con toda la energía del mundo. Había un ambiente propicio en aquella época, ya que hacía relativamente poco habíamos salido de los años de la dictadura y estaba en el aire una necesidad muy fuerte de generar hechos culturales, de preguntarse acerca del pasado y de por dónde se debía seguir. Uruguay es un país que quedó destrozado en todos los ámbitos, y también quebrado generacionalmente. Urgía establecer nexos, inventar puentes. En ese ambiente hicimos la película. Aquí conocimos además a algunos de los que luego serían coproductores del filme, como el Channel Four de Londres.

    La película contiene una visible angustia por querer recuperar la memoria del país y la necesidad de construir una metáfora del Uruguay. Y se cuestiona cómo representarla, a partir de este mismo cuestionamiento que haces de la palabra y del registro de un Uruguay que está disperso…
    La película es una especie de puzzle. Fue hecha con la necesidad de aproximarme, de la manera más honesta posible, a mis preguntas sobre mi país y sobre mi relación con él. Es una película-ensayo, una película indagación, una película que no quiere hacerse concesiones a sí misma. Que se pregunta sobre su propia necesidad de ser vista, de ser recordada. Funciona por resonancias, y de su frágil incompletés, a mi manera de ver, se desprende cierta poética, cierto desasosiego. Mientras la hacía, sentía que cuanto más me esforzaba por explicar, más se resistía la película, más me mandaba a callar. Fue una experiencia enorme para mí, pues me enseñó mucho más de lo que pretendía saber. La película fue hecha desde un punto ciego. Como cuando, en un espejo retrovisor, el auto que nos va a rebasar queda por un instante en un lugar invisible. Fue hecha desde una pantalla en blanco. Desde un signo de interrogación. Bueno, al menos eso era lo que en aquella época me excitaba como hipótesis de trabajo.

    Fue además la primera película que hacía todo el equipo de rodaje. Una especie de ejercicio de fin de curso de todos los que salimos de esta escuela.

    El dirigible aún hoy sigue generando polémicas. Tal vez se discuta no tanto la película, sino la postura desde la cual fue hecha; sin consideraciones de mercado, con escaso presupuesto, y asumiendo todos los riesgos que ello implica. La palabra clave es “riesgo”. Me interesa el cine que lo asume. Que arriesga una mirada, una forma de circular, de existir.

    Hoy el cine uruguayo ha llegado a un punto de giro, a una etapa donde son imperiosos nuevos planteos e indagaciones sobre el país, sobre el mundo. Un salto cuantitativo y cualitativo que aún debemos dar y debatir, haciendo más películas. Creo que, por suerte, El dirigible contribuyó y contribuye aún hoy a ese debate.

    Eso es curioso: hay una especie de tensión entre, quizás la voluntad de hacer un cine de autor y otro que tiene una tensión con lo popular, sin llegar al populismo, más descarada.
    Bueno, muchísimas películas en el mundo intentan encontrar su propio equilibrio entre una cierta intencionalidad artística, llamémoslo así, y los compromisos inevitables que condicionan las fuentes de financiamiento. Los márgenes de independencia son siempre esquivos y ambiguos. Pero hay que aprender a trabajar en las fisuras del sistema, en los intersticios de los planos y de las ideas. Hay que volver a hablar de política. Volver a preguntarse qué significa hoy ser radical. Ser apocalíptico o integrado. Hay que volver a preguntarse sobre el “cómo” y el “ahora” de nuestro tiempo, paradojalmente interconectado como nunca, y como nunca “extrañado” de sí mismo.

    Me doy cuenta de que corriste todos los riesgos del mundo cuando hiciste El dirigible, pero lo que siempre me pregunto es qué actitud asumiste ante la idea de narratividad en la película. O sea, vas hilando una reflexión que cruza una historia en la que al mismo tiempo cuestionas el proceso de construcción de lo relatado.
    La verdad es que trabajé con la intuición de no forzar o adelantar una interpretación de la realidad o de mi visión acerca de ella, ni una valoración de lo que había pasado en Uruguay en los últimos años. Trabajé a partir de fragmentos de imágenes y de cosas que me parecieron significativas, como la carencia de imágenes del suicidio de Baltazar Brum, buscando las resonancias posibles y dejándome llevar por eso. Necesitaba permitirme esta deriva narrativa, y así lo hice. Los riesgos asumidos se ven en la pantalla. Pretendía narrar el alma, el sentimiento de estos fragmentos de ideas, de imágenes... Es que pienso que es mucho más interesante contar la realidad como si fuese una historia, que inventar una historia que se asemeje a la realidad. Intentar hacer películas desde la cámara, y no desde el proyector (en él siempre hay un cálculo posterior, un efecto discursivo que demostrar) es para mí casi un principio ético.

    Yo no he filmado otra película después, y ha sido, hasta ahora que preparo otra, una elección personal. Comprendo que es muy difícil encontrar el punto de compromiso entre la independencia de criterios, y tomar los riesgos necesarios para buscar nuevos caminos. Me refiero a que cada película necesita inventar su manera de producirse, su técnica, el sistema de ideas que la sostiene. Ninguna técnica es inocente, como no lo es ningún dinero. Incluso hasta Ibermedia, que aparentemente es un premio “neutro” y que hoy financia gran parte del cine latinoamericano, está condicionado ya desde el principio por una manera de ver, concebir y tabular el cine. Después, el tema de la distribución, que sigue siendo un tema absolutamente político... y en eso hay un hilo directo con la vieja tradición del Nuevo Cine Latinoamericano. Algunos de estos problemas siguen estando hoy vigentes, igual que hace 40, 50 años.

    Pero estamos en un momento fascinante con respecto al cambio tecnológico y cultural de la humanidad. Este exige todas nuestras competencias creativas e intelectuales para ser protagonistas e incidir con un nuevo tipo de imaginación. Devolverle al ojo una nueva visión, al oído un nuevo silencio, a cada idea una nueva manera de filmar, de accionar... En este sentido, la EICTV debe agiornarse y recuperar sin complejos, algunos de los principios escritos en su acta de nacimiento. Recuperar, estimular una cierta energía creativa y polémica, que potencie e incida directamente en el ámbito de nuestro imaginario social e individual. Es una tarea arriesgada, pero que vale la pena intentar. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de ser formadores sólo de técnicos que saldrán a reproducir al infinito el mismo flujo de imágenes enajenadas que pretendemos criticar.



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