“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Crítica de Amarelo manga
    Por Hugo Rivalta Castro

    Muy merecidamente el filme brasileño Amarelo manga, del realizador Claudio Assis, obtuvo el premio a la Mejor Ópera Prima dado en la 25 edición del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

    Si bien otras dos aspirantes al premio, la argentina Cautiva y la chilena Los debutantes, consiguen con cierto éxito narrar sus dramas, pienso que la premiada logra imponerse por encima de ellas y el resto de las candidatas, al afinar un armonioso diseño y desarrollo del coro de personajes que dramatizan su historia. Y es que me parece tan decisivo este aspecto a la hora de considerar el filme, que llego al punto de asegurar que hubiera sido imposible el otro premio alcanzado por la película, Mejor Fotografía para Walter Carvalho, sin la sólida estructura de personajes y conflictos encadenados al universo de la historia, que le permitió al fotógrafo atrapar con precisión la atmósfera del película. El galardonado trabajo fotográfico de Walter Carvalho no se sostiene con pretenciosos movimientos de cámara ni abusos de poses actorales, de paisajes, o por la utilización de variados lentes, sino que el artista interpreta muy bien la historia y el mosaico de personajes, y entonces, —“que difícil resulta a veces conseguirlo”—, se dedica a colocar la cámara en el lugar preciso, desde donde mejor puede transmitirnos el caos que reina en cada momento dramático.

    De esta misma manera, con una coherente interpretación del conjunto de actores, sin grandes ambiciones en la edición ni en la estructura del guión, —pero con astucia—, consiguen los realizadores seducirnos con las historias de varios personajes de un barrio marginal de una ciudad brasileña. Una joven religiosa evangélica, que lucha contra sus reprimidos deseos mundanos y la sospecha de que su marido la engaña; un homosexual —típica loca de carroza—, que batalla en secreto por el amor de un matarife, el marido de la religiosa. Una señora, antigua prostituta, que se enfrenta a sus ataques de asma y a los remordimientos por su pasado pecaminoso. Un cura que ha perdido su rebaño de fieles y ahora malvive en su iglesia desvalijada. Un tipo áspero y gruñón, que siente placer al jugar con los cuerpos muertos, y está arrebatado de lujuria por la dueña de un bar, angustiada mujer que desea alejarse para siempre de ese punto de reuniones de borrachos y hombres torpes.

    Al abordar esta historia de personajes de vidas grises que malviven en el submundo marginal de una ciudad, encarando de forma primitiva sus aspiraciones y derrotas, —su destino—, el director Claudio Assis, su guionista y demás realizadores, se convierten en herederos y avanzada de un cine brasileño que, se mete en la vida de la gente más desposeída de sus convulsas ciudades, para desde ese crudo cosmos contar el alma del país.

    El llamado subgénero de los marginales de ciudad. ¿Y cómo lo hacen?

    Este cine brasileño urbano, como ninguna otra cinematografía latinoamericana, ha sabido colarse en la piel de sus marginales de ciudad, —que no son iguales a los del campo—, y contarnos sus ansias, vicios, manías y costumbres, sintonías y arritmias de esta gente con el poder, la economía y la ley, sacando a la luz la vida de esa gran masa, que a cada minuto se hace más numerosa en casi todas las grandes ciudades del tercer mundo. Cada vez más y con mayor contundencia –pareciera inagotable el inventario de conflictos y situaciones dramáticas-, estas descarnadas películas del brasil, la mayoría muy atrevidas en su guión y violentas visualmente, descubren a toda pantalla las esencias de ese desmadejado grupo de pobres.

    El pasado año fue la muy premiada Ciudad de Dios, de Fernando Meirelles, la encargada de contarnos de esas vidas  marginales; este año fue Carandirú, de Hector Babenco, la que puso sobre la mesa la ficha fuerte. Estas dos películas, como Orfeo de Carlos Diegues, o las “pioneras brasileras de este llamado subgénero”, -Río 40 grados, de Nelson Pereira Dos Santos; o Pixote, la ley del más débil de Héctor Babenco-, muestran la voluntad consciente de la cinematografía brasileña de estudiar y luego mostrar con el arte de cine la vida de sus desvalidos, la gente de más baja educación y por tanto la más explotada y sufrida de toda la estructura social. Con variedad de temas, géneros y estilos, nos cuentan historias “crudas” alrededor del famoso carnaval de Río; la vida de un grupo de presos, masacrados tras la revuelta en la superpoblada prisión de Carandirú; o el surgimiento y desarrollo de las pandillas que pululan en las favelas y sus sangrientas guerras. Con estas y otras historias, —una más espectaculares y pomposas en cuanto a guión y puesta en escena, procurando agenciarse el codiciado filón comercial del año, y otras de producciones más discreta, pero igual de efectivas—, develan y denuncian de manera inteligente el mundo soterrado de sus marginales de ciudad.

    Me parece importante destacar que estas historias y sus personajes consiguen en gran medida la empatía con el público, porque en casi todos los casos el trabajo de dramaturgia es excelente, y no sólo por el dominio que muestran del conflicto y las intrincadas leyes de la acción dramática, sino también por el dinamismo de personajes y secuencias dentro de cada historia. Rara vez nos encontramos con personajes o escenas estereotipados y maniqueos; sí, las historias suelen ser agresivas, y para algunos demasiado brutales, pero en varios momentos, dadas las intenciones del guión, el espectador llega a soltar deliciosas carcajadas. Los personajes suelen ser retorcidos, violentos y crueles, pero al mismo tiempo pueden llegar a emocionarse al probar una tostada con mantequilla y mermelada de uvas, o cualquier otra tontería que se acomoda a su personalidad. ¡Que bien se siente el espectador cuando se enfrenta a personajes complejos!

    Amarelo manga, que no alcanza la excelencia de sus maestros en este subgénero que me atrevo a llamar, —de marginales de ciudad—, si llega a convertirse en una opera prima que con agilidad se cuela en el submundo de historias sinuosas y personajes maquiavélicos, conduciendo con éxito varias secuencias características de dichos filmes, —las llamadas secuencias retorcidas—; recuérdese el momento en que de una mordida, la mujer engañada le arranca una oreja a la amante de su marido; o la escena de la anciana, antigua prostituta, que en medio de sus recuerdos pecaminosos sufre dos ataques simultáneos, de asma y lujuria, entonces, en el colmo de la excitación y la asfixia, con inusual desespero, se coloca su mascarilla de oxígeno en la entrada de la vagina; igual resulta ingeniosa la escena en el bar, donde la dueña, muchacha de carácter fuerte y de alma frustrada, responde a una pregunta grosera de un vulgar seductor, colocando un pie encima de la mesa, levantándose la saya —no lleva blumers—, y dejándole ver al tipo, dueño de un Mercedes Benz, color amarelo manga, los bellos de su pubis, también de color amarelo manga. Estas secuencias estremecedoras —en ningún caso gratuitas—, siempre muy bien articuladas y cumpliendo su función dramática, consiguen atraparnos y grabarse en nuestras memorias, por el modo dramático y originalidad con ayudan a narrar la historia, ya con su áspera conmoción o por la risa que provocan.

    ¿Y nosotros qué?

    Cada vez que llega una nueva edición del Festival de Cine de La Habana, deseo sorprenderme ante un buen largo de ficción cubano, que se decida a entrarle de frente a nuestro laberinto de marginales. Nuestro país, teniendo una literatura de grandes obras dedicadas a hurgar en nuestra marginalidad de ciudades —en los últimos años, desde algunos personajes de novelas y relatos de Cabrera Infante, hasta más reciente Pedro de Jesús Gutiérrez con sus historias crudas de ciudad—, sin embargo no ha conseguido su cinematografía una buena película de marginales citadinos, a excepción de De cierta manera, de Sara Gómez, y algún que otro documental. ¿Por qué no se atreve el grupo de cineastas de aquí, a enfrentar de veras la difícil realidad en que viven los marginales cubanos? Los pocos intentos, casi siempre desde la comedia, no han conseguido empinarse hasta reflejar de manera vívida los conflictos de los nuestros marginales de ciudades. Habitantes de solares y ciudadelas; los mal llamados “palestinos” que mal viven en casuchas a orillas de las líneas de ferrocarril en la periferia de la capital; nuestros presos con su jerga, sus juegos y formas de entretenimiento en el penal; su relación con las autoridades penales y el conflicto de sus familias durante el tiempo de condena.

    No sé si no acabo de encontrarme con esa película que anhelo, porque nuestros guionistas y directores prefieren personajes cultos e intelectuales, o quizás sea que más les gusta apostar por la comedia de personajes y situaciones bufonescas, que no han llevado ni llevarán a ninguna parte a nuestra cinematografía. Tampoco sé si de existir el guión nuestro Instituto de Cine y el Ministerio de Cultura, se atreverán a darle luz verde a esas historias interesantes que, el mejor cine brasileño ha sabido recrear.
    Apuesto a que nuestras instituciones culturales dirán que sí, pues el resultado de estos guiones serían capaces de descubrir -con las artes del cine-, diversos aspectos y matices de la psicología y el alma del cubano de hoy. Demás esta decir que nuestro público agradecerá el gesto, ahí están Ciudad de Dios y Carandirú, ambas premio de la popularidad, enviando claramente el mensaje…, el público disfruta las comedias, y hasta las agradece, pero a la hora del voto, cuando debe decir dónde está el cine con mayúsculas, sabe a quien entregarle el premio.

    Concluyendo

    En cuanto a la suerte futura de Amarelo manga, claro está que no se convertirá en un clásico, es una buena ópera Prima y punto; pero por el balance positivo de sus aciertos y errores, se une con dignidad a esa corriente de filmes latinoamericanos que tanto se disfrutan —claro que no es el único tipo de cine que admiro, ni el único que debe producirse—, pero sin dudas, es interesante por su alto contenido de reflexión y denuncia social, al mismo tiempo seduce y convence a públicos y especialistas. Amarelo manga, se incorpora a ese grupo de filmes y realizadores jóvenes, que sabe como descubrirnos en estos tiempos —con el arte del cine—, los conductos por donde circula la sangre viva de un país.


    (Fuente: www.miradas.eictv.co.cu)


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