La vida loca: Reflexiones desde una Babel de la violencia
Por Orianna Calderón
No temen a la muerte, pues hace tiempo que son víctimas de la invisibilidad social, el exterminio legitimado y la marginación absoluta: El Salvador en el que los jóvenes de la Mara 18 han crecido, es una Babel de la violencia donde el odio es el perpetuo objeto de consumo y el terror se impone como estrategia de supervivencia. En La vida loca (2008), el fotógrafo y cineasta franco-español Christian Poveda -asesinado a tiros en 2009 en San Salvador- logró introducir su cámara al hombro en el corazón de la clica 18 de la Campanera, para captar un crudo retrato de la cotidianidad de esos jóvenes víctimas-victimarios, producto de un contexto donde impera la injusticia extrema.
Nominado en la categoría de mejor largometraje documental en la edición 53 del premio Ariel otorgado por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, el último trabajo de Poveda brinda una mirada intimista hacia ese hermético grupo de jóvenes inmersos en un mundo ultra violento, donde el funeral de algún marero es punto de partida y cierre. Con sus numerosos planos cerrados sobre los rostros cubiertos de tatuajes, La vida loca logra ir más allá del discurso condenatorio que se regodea en la brutalidad de los pandilleros, para flexibilizar la postura que deshumaniza y estereotipa al Otro cultural como villano salvaje que debe ser aniquilado; de esta forma, abre la perspectiva a distintas alternativas de readaptación, como la panadería comunitaria impulsada desde adentro por la asociación Homies Unidos.
Así, en el marco de la “Campaña contra la criminalización de niños, niñas y jóvenes. Visibilizando los derechos de la infancia”, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y el Colectivo Ni uno ni una más, organizaron un cine-debate sobre La vida loca. El evento -que se llevó a cabo el 28 de abril en la Sala Digna Ochoa de la CDHDF- contó con la participación de Luis González Placencia, presidente de dicha Comisión; Alfredo Nateras, investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana; Carlos Cruz, director de la Organización Cauce Ciudadano; y Verónica Martínez Solares, investigadora de la Organización Internacional de Asistencia a Víctimas. Moderó la doctora Luciana Ramos Lira.
Coordinador del libro Las Maras. Identidades juveniles al límite, el doctor Nateras se refirió a Centroamérica como una Babel de la violencia, donde la circulación de armas alcanza niveles pavorosos. Herederos de la Guerra Civil salvadoreña acaecida entre 1980 y 1992 por un lado, y de los miles de inmigrantes centroamericanos deportados de Estados Unidos entre 1998 y 2005 por el otro, los jóvenes y niños de las clicas -la tercera generación de maras está constituida fundamentalmente por morros de entre 10 y 12 años- asumen resignados su trágico sino. Sin vínculos sociales, su familia real y simbólica es la clica; a falta de horizontes y de cualquier otro modelo identitario, pertenecer a la Mara Salvatrucha o a la M-18 es su forma de sobrevivir culturalmente.
En este sentido, Carlos Cruz -pandillero que dejó la violencia en 2001, para promover la paz y los derechos humanos con la asociación Cauce Ciudadano- aseguró que las bandas son uno de los últimos tejidos sociales; a su juicio, la actitud represiva motivada por el temor de las autoridades ante la capacidad de organización de los jóvenes, sólo alimenta la espiral de violencia y anula un potencial creador que podría encauzarse de forma positiva. La abogada Martínez-Solares coincidió en el carácter fallido de la represión y abordó el caso de las leyes anti-mara de Centroamérica que, al criminalizar el lenguaje corporal o los tatuajes, violan el respeto a la diferencia cultural del Otro. Por su parte, el doctor González Placencia puntualizó que las políticas públicas necesarias, no son aquellas que protegen a los jóvenes, sino a sus derechos; esto porque la idea de proteger a la juventud parte de una visión paternalista que mantiene un patrón de dominación de la generación adulta y, más bien, se debe reconocer la capacidad de la gente joven para buscar soluciones y generar propuestas en un diálogo horizontal.
Finalmente, todos coincidieron en que La vida loca es un documental sumamente valioso que se adentra de forma temeraria en un universo brutal, pero donde cabe la esperanza de cambio . Poveda logró mostrar este inframundo desde dentro, a través del día a día de sus habitantes y -vaya paradoja- de este modo lo planteó como un fenómeno inseparable de circunstancias sociales, políticas y económicas que han condenado a miles de jóvenes a una vida corta y violenta, donde los escenarios posibles se reducen a la cárcel o al panteón. Ampliar tal abanico de rumbos y futuros, es lo que podría permitir un cambio de esa situación en las que todos pierden.
1) Un discurso semejante, aunque menos logrado debido al abuso de estereotipos en una predecible ficción, se encuentra en Victorio (2010, Alex Noppel), largometraje reconocido como mejor ópera prima en el Festival Internacional de Cine Expresión en Corto 2008. Protagonizada por Irán Castillo y Luis Fernando Peña -este último nuevamente en el papel de marero tras su participación en Sin nombre (Cary Fukunaga, 2009)- el 5 de mayo Victorio llega a las salas mexicanas con diez copias.
(Fuente: Correcamara.com.mx)