Y si te vi, no me acuerdo, la opera prima del peruano Miguel Barreda, es una película que suscita varias sensaciones. Apuesta por la road movie, en un territorio largo como el peruano, que grabado en el 2000 expone menos desarrollo social y económico del que actualmente puede lucir, protagonizado por dos compatriotas treintones que tienen una relación amarga, áspera, vacilante, con el país, incómodos con su pasado, presente y futuro. El hombre que después de muchos años vuelve de Alemania por la muerte del padre, y la mujer que quiere irse como sea a un país vecino, entre correrías y forcejeos.
La clave es el desarraigo, la dificultad de encontrar un espacio propio en el Perú de fines de los 90, y que incluso arrastra fantasmas de tiempos pasados. Por eso se fue Lagartija (Miguel Iza), y el sepelio viene a ser también la exhumación de esa cercanía molesta y peligrosa, el regreso del entorno peligroso que juega a la nostalgia campechana pero que rápidamente muestra su naturaleza delictuosa (una nueva oportunidad para ver a Gilberto Torres). Por lo mismo quiere fugar Eva María (Marisol Palacios), aburrida cajera de un anodino supermercado de la época, sitiada en la casa donde vive y libre de escrúpulos frente a las situaciones que se presentan en el camino.
Esa es la atmósfera que se respira, no sin inflexiones y coincidencias forzadas, y personajes sobrantes que aletargan la narración. En ese sentido, el punto más flojo es Jo (Matthias Dittmer), una suerte de estaca de la coproducción con Alemania, traducida en el guión de Barreda como el contrapunto de filiación con la cultura peruana tan habitual en Europa, el intruso delirante que pretende llevar una ofrenda inca al Misti, en cumplimiento de un mito que sólo él entiende, y que comparte el azaroso viaje con esa fortuita pareja que sufre su nacionalidad a cada paso.
Entonces los ejes son el movimiento, el éxodo, la lejanía de la patria, el roce con propios y extraños, la incomunicación. Es memorable la escena en la que Eva María descubre el correo electrónico, y recién ahí es que empieza a hacer contacto con su ocasional acompañante. El problema es que la trama mística nunca termina de cuajar y Dittmer no colabora mucho para que ello suceda, con su semblante inexpresivo y su castellano masticado. Las actuaciones de Iza y Palacios son correctas, pero encuentran pocos matices a la premisa de hieratismo con la que afrontan los acontecimientos. Aunque a trompicones, el ritmo va fluyendo, como en toda road movie urgente y desesperada que se dirige hacia adelante con paso resuelto.
Sin duda, el involuntario retraso de Y si te vi, no me acuerdo, estrenada once años después de ser grabada, ha servido para que, contraviniendo el título, sí se pueda evocar ese país desmoralizado, oprimido, con esos vehículos que a fines de los 90 ya eran muy viejos y seguían andando, como si estuviera congelado en el tiempo en la memoria de los protagonistas, sobre todo de Lagartija, pese a los años transcurridos y a la rapidez del recorrido, que no abarca más de dos días y los retrotrae al pasado. La cinta, incluso con altibajos, tiene interés y merece verse.