“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

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  • Encuentros con Manolo
    Por Federico de Cárdenas

    Una de las preocupaciones del grupo que fundó y animó la revista Hablemos de Cine fue vincularnos con la gente de nuestra generación que practicaba la crítica cinematográfica en España, y a la que conocimos primero como lectores, pues muchos escribían en dos revistas que marcaron la cinefilia peninsular durante los años 60 y parte de los 70: Film Ideal y Nuestro Cine. Ambas eran publicaciones rivales, pues mientras que en la primera, al lado de una promoción muy valiosa de críticos jóvenes, escribían algunos connotados franquistas, en la segunda se había reunido un grupo también joven de gente progresista y de izquierdas, preocupada por el surgimiento de un cine español ligado al momento de los "nuevos cines" que se vivía por entonces en Europa.

    Dos hechos facilitaron el contacto. En primer lugar, la inagotable capacidad epistolar de Juan Bullitta, quien rápidamente se puso en contacto con los barceloneses Ramón Font y Segismundo Molist y con los madrileños Jesús Martínez León, Augusto Martínez Torres y Miguel Marías —con este último mantendría una correspondencia legendaria que duró un decenio—, quienes empezaron al poco tiempo a enviar crónicas de festivales, entrevistas e informes en exclusividad para nuestra revista limeña.

    Estos contactos se multiplicaron cuando Isaac León viajó a Europa y participó de los festivales de Venecia, Bérgamo y la Semana de Cine en Color de Barcelona, además de la indispensable estadía en París para conocer a otros amigos de la crítica francesa y participar en el inagotable banquete fílmico que la Cinémathéque Francaise y las salas de Arte y Ensayo parisinas ofrecen. Al año siguiente yo mismo obtuve una beca que me permitiría permanecer en París a lo largo de seis años.

    Por entonces, y gracias a las ventajas que ofrecía la vida de estudiante universitario, era muy fácil y barato viajar por Europa y hacer el circuito de festivales cinematográficos (Cannes, Venecia, Pesara, Locarno, Bergamo o San Sebastián, para citar solo unos cuantos). Fue así que, entre varias visitas a España, venidas de ellos a París y las frecuentes visitas a de festivales fui conociendo a Augusto Martínez Torres, Vicente Molina Foix, Ramón Font, Jesús y Javier Martínez León, Miguel Marías, Antonio Castro, José María Pala, Diego Galán y algunos otros cuyos nombres no agrego para no recargar esta lista.

    Fue en uno de estos festivales —ni Manolo ni yo podemos precisar si el de Venecia o el de Pesaro— donde conocí a Manuel Pérez Estremera, por entonces ligado a la revista Nuestro Cine y crítico regular en ella. Fue un encuentro espontáneo y amical que no volvería a repetirse en muchos años, pero lo cierto es que hace pocos meses —invitados ambos al Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI)— nos reconocimos y reiniciamos un diálogo cordial, entrecortado por las numerosas proyecciones del BAFICI, que ambos seguimos con fervor.

    Ya entonces Manolo me contó de su situación de reciente y feliz jubilado, la misma que le permitía dedicarse únicamente a ver películas sin ninguna otra carga profesional, y del homenaje que le sería brindado en agosto en el Festival de Lima, para el cual escribo estas desordenadas pero evocadoras líneas. Homenaje más que justificado, pues en el lapso de 30 años en que habíamos dejado de vernos, Manuel Pérez Estremera ha sido un hombre providencial tanto para el cine español como para el latinoamericano. No solo como director del Festival de San Sebastián durante dos años, cargo que creo que entregó luego a modo de posta a Diego Galán, sino como director de la radio y televisión española. Además, estuvo ligado por más de un decenio al aula de producción de programas de cine de Canal + España, desde la cual ha sido supervisor de proyectos y encargado de lectura de guiones, algo que define como su pasatiempo favorito, pues ha ocupado su vida por muchos años.

    En esto, y no es algo que pueda decirse de muchos, Manolo ha sido fiel a su vocación primera, aquella que lo llevó a involucrarse en fecha tan lejana como 1970 a la producción de Cabezas cortadas, la cinta española de Glauber Rocha, un cineasta con el cual mantuvo una gran amistad, que se hizo extensiva a otros realizadores del Cinema Novo brasileño. Ha sido su ubicación clave en un canal dedicado a la coproducción la que le ha permitido jugar un rol decisivo en el impulso a proyectos del cine español y latinoamericano. Para no agobiar al lector citaré algunos de los mexicanos, Paul Leduc, Felipe Cazáis y Arturo Ripstein, al que ha dedicado Correspondencia inacabada, uno de los tres libros sobre temas de cine que lleva publicados, y que reúne el intercambio epistolar electrónico mantenido con el cineasta.

    Debo terminar, pero antes quiero destacar la estrecha vinculación que Manolo mantiene con la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños (Cuba), para la cual dicta la cátedra de Producción desde 1997, y su talante de hombre abierto y buen conversador, perfectamente capaz de hablar durante horas de aquellos realizadores que admira en el cine español (Francisco Regueiro, José Luis Guerín o el productor Elias Querejeta) y en el Perú (Francisco Lombardi y Claudia Llosa). No dudo que mis colegas en el periodismo y la crítica disfrutarán largo y tendido de esta faceta cálida y dialogante de español raigal.



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Manuel Pérez Estremera


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