José Donoso (1924-1996), uno de los más importantes escritores chilenos, fue uno de los más destacados integrantes del llamado “boom novelístico latinoamericano”. Una de las principales características temáticas de su narrativa es la constante tendencia a mostrar la descomposición de los grupos humanos a través de la decadencia de sus personajes obsesivos. Su gran capacidad de observación le permitió lograr espacios tan delimitados como oscuros, en los cuales las fuerzas antagónicas que entran en conflicto amenazan con la destrucción del sistema. Este universo tan personal ya se advierte en su primera novela, Coronación (1957), punto de partida para el film homónimo de Silvio Caiozzi.

Andrés Abalos es un solterón de 58 años, último heredero de una acaudalada familia. Periódicamente visita una deteriorada mansión para comprobar que nada le falte a doña Elisa (María Cánepa), su anciana abuela. De paso, aprovecha para hacerle firmar algún cheque y obtener así el dinero necesario para continuar con su ocioso ritmo de vida. Su rutina se ve alterada cuando contrata a Estela (Adela Secall), una chica de 17 años proveniente del campo, para que se ocupe de los cuidados de la nonagenaria. La sensualidad de la joven despierta en Andrés deseos largamente reprimidos por su formación religiosa y el conflicto comienza a gestarse lentamente.

De acuerdo a la tradición melodramática, el núcleo de la intriga está formado por el choque entre el deseo y la represión. Los personajes, aprisionados en un espacio cerrado (casi claustrofóbico), responden con resignación o con violencia. Esta última, muchas veces de carácter autodestructivo o intolerante respecto al objeto de deseo, va a llevarlos a la destrucción de su hábitat o a su propia ruina. Doña Elisa alterna sus largas horas de ensueño, en las cuales recita versos de Rafael de León o entona algún cuplé, con brotes de violencia y racismo hacia Estela, culpable solamente por ser una joven de piel oscura. Andrés trata de ahogar su pasión en el alcohol o en la compra compulsiva de bastones; su principal ocupación parece ser el ocio: su abundante tiempo libre le permite ejercitar libremente su pulsión vouyerista, siguiendo los paseos de Estela con su novio por las calles de Santiago. Cuando el médico de la familia, Carlos Gross (Jaime Vadell) le comunica a Andrés que Estela está embarazada y que lo más conveniente es despedirla, todo el sistema entra en crisis, los personajes deben abandonar sus esquemáticos lugares y la violencia no tarda en aparecer.

Silvio Caiozzi hizo una transposición demasiado cercana a las acciones y a los ambientes propuestos por Donoso en su novela. La decadencia de la alta burguesía chilena y la descripción de su ruina y su anacrónica impostura fueron un modo de representación válido hace cuarenta años. Hoy día, lo que resulta anacrónico es plantear una crítica a este sector social utilizando aquellos mismos recursos y procedimientos. A diferencia del excelente trabajo de actualización que hizo Arturo Ripstein a partir de otra novela de Donoso en El lugar sin límites (1977), Caiozzi decidió permanecer demasiado apegado al texto literario, logrando un film que por momentos tiene el mismo olor “a viejo” que la aristocrática mansión y sus ocupantes. Si bien el realizador chileno trasladó la acción a la actualidad, incorporando algunos apuntes sobre los nuevos ricos nacidos del neoliberalismo económico (fundamentalmente, el personaje del Dr. Gross), todo el film tiene un carácter remanente, con una estructura obsoleta.

En la época actual, donde los problemas son la supremacía del poder financiero, la redefinición del poder y la política, el mercado que aparece como figura hegemónica que permea todos los aspectos de la vida humana en todas partes, la desintegración de territorios y los ataques a los Estados-Nación, el aumento de la explotación, el desempleo y la pobreza producto de la concentración de la riqueza en pocas personas, entre otras características de la llamada globalización, plantear la decadencia de la burguesía como uno de los principales males es un claro anacronismo.

No sólo Caiozzi evita hablar de los problemas de nuestro tiempo, sino que las modificaciones hechas a la novela tienden a buscar la empatía con los personajes que Donoso criticaba duramente. En el momento de su aparición, la novela fue interpretada como una metáfora del enfrentamiento de las clases sociales, conflicto que comenzaba a desenvolver en Chile en aquellos años. De acuerdo a sus propias declaraciones, Caiozzi hizo a Andrés “un poco más víctima. Es alguien que siempre quiso amar, tocar, sentir, oler y, por la castración a que lo sometió su abuela, no pudo”, mientras que el escritor lo había planteado como “uno de esos aristócratas citadinos muy finos, que basan su vida en la intelectualidad pero son hombres de una frialdad espantosa”. No sólo echa una mirada condescendiente hacia la burguesía sino que, además, es implacable hacia la gente común “a la que no le queda otra que la delincuencia y la violencia”. La escena final, con las mucamas borrachas coronando a Doña Elisa, no deja de tener ciertas resonancias con la famosa escena de la Ultima Cena de los pobres en Viridiana (1961). No obstante, mientras Buñuel no tomaba partido por ninguno de los bandos en cuestión, el realizador chileno se pone del lado de aquellos a quienes aparenta criticar.

Coronación es el cuarto largometraje de Silvio Caiozzi (1944) y obtuvo numerosas distinciones en muestras y festivales internacionales. Sus comienzos fueron como director de fotografía y como camarógrafo de importantes directores, como Raúl Ruiz (Palomita Blanca) y Costa Gavras (Estado de sitio). Sus obras anteriores son: Julio comienza en julio (1979), La luna en el espejo (1990) y Fernando ha vuelto (1998).