En la primera década del siglo XXI, existió una tendencia en el cine argentino dentro de la cual algunas películas fueron reacias a contar historias en torno a la interioridad de un personaje. Esta estaba “sojuzgada” por la realidad exterior, o por ciertos hábitos, conductas, o rutinas de los protagonistas. Basta recordar La libertad, El bonaerense, o El custodio, por nombrar tres, para corrobar la hipótesis: A los sentimientos de sus protagonistas solo podemos adivinarlos, o intuirlos, y lo que conocemos de ellos es fundamentalmente lo que hacen: ir a hachar, abrir puertas y luego ser policía, o custodiar, respectivamente. Esta característica también le da a éstas, y otras películas del estilo, un sesgo documental, cientificista.
Sin embargo, entrando en la segunda década de nuestro siglo esta “marca” del cine argentino está mutando. De hecho, se puede decir que Un mundo misterioso de Rodrigo Moreno —ganador por El custodio del premio Alfred Bauer, y de otros tantos en el Festival de Lima del 2006—, parte de una premisa exactamente contraria: El personaje no se mueve porque tiene que cumplir una tarea (es más, no sabemos exactamente a qué se dedica) sino por una necesidad interior, por una ruptura sentimental que lo impulsa a salir a explorar el mundo: la ciudad que lo rodea.
Y el mundo que encuentra, por momentos excelentemente musicalizado, es bastante distinto al de El custodio, porque Boris es bien diferente de aquel personaje: es torpe, un tanto inútil y “su actividad” consiste en deambular con su auto desvencijado, o a pie cuando llegue el momento, por distintos lugares de una Buenos Aires reconocible y al mismo tiempo extraña: Es que Boris, cual un personaje de Woody Allen e incluso de Polanski, encuentra en lo cotidiano cierta extrañeza. Así, si el mundo de El custodio se podía controlar (gracias a una mente métodica y obsesiva) el mundo de Boris y las personas que lo habitan no pueden controlarse en absoluto.
La crítica, los periodistas, no han recibido en su presentación en Berlín, o Buenos Aires, a la segunda película de Rodrigo Moreno con mucho entusiasmo. Quizás porque esperaban otro Custodio, o algo parecido. Se olvidaron que en la creación personal no hay mayor desafío que no repetirse a sí mismo. Un mundo misterioso no cuenta ni más, ni menos, que lo que cuenta: el quiebre de un hombre que ha pasado los 30 desde un punto de vista masculino. No hace falta decir “estoy quebrado” para estarlo, y el “no pasa nada” (del que muchos se quejaron) es, a mi criterio, la mayor virtud de la película: la de describir a su manera (¿no es Moreno, acaso, un autor cinematográfico?) lo que significa transitar un vacío.