Se repite la historia del cineasta colombiano que debe estar oxidado después de tanto tiempo de no hacer cine, con la particularidad de que esta vez es una mujer, prácticamente la única de la vieja escuela que había hecho ficción. Aunque después de sus dos desaprovechados largometrajes anteriores, más la larga espera para el tercero, no había mayores expectativas sobre esta nueva película, sin embargo, esta reaparición de Camila Loboguerrero ha sido ciertamente respetable. Se trata de un filme a la medida de sus intenciones, modestas pero bien definidas, esto es, hacer una película que conecte con el público de forma inteligente a través de la comedia, enmarcada en una cierta idiosincrasia de los colombianos y sin hacer las concesiones que hace, por ejemplo, el cine de Dago García.
Lo primero que llama la atención de este filme es que arremete contra algunas de las más sacras instituciones sociales y colombianas, a saber, la navidad, la familia, el matrimonio, la condición de clase y, más importante aún, la “platica” que bien o mal habidamente cada quien se ha ganado. El punto de partida para hacerlo es un guión armado con solidez y sin pretensiones, escrito por la misma directora junto con su hijo y protagonista, Matías Maldonado. Este guión consigue armonizar a un coro destemplado de personajes, quienes alcanzan la justa medida entre la necesaria caricatura que exige la comedia y un trasfondo de verdad e ironía que enmarca aquel sainete. Es decir, se trata de otro intento por describir, o más bien, enrostrarnos, cómo somos los colombianos.
Y específicamente de los colombianos que habla el filme son los que pertenecen a la alta sociedad, aunque sean de distinta estirpe: por un lado, está la vieja aristocracia, por el otro, los que han trepado por vía de la corrupción política, y finalmente, los extranjeros, que siempre han sido dueños de medio país, como efectivamente queda confirmado al final de esta historia. Pero independientemente del origen de su fortuna, la película evidencia que todos ellos tienen los mismos vicios e intereses, todos han contribuido a “taquear” el retrete de este país con sus inmundicias y sus corruptelas, las cuales no se limitan al plano económico.
Es por eso que la bella hacienda, que seguro vio tiempos mejores pero que ahora es tal vez el último baluarte de esta familia en decadencia, funciona eficazmente como una alegoría al país y a sus habitantes. Y en ella se dan cita, en el día de la nochebuena, algunos de los especímenes de la diversa fauna que compone al pueblo colombiano, desde el más servil y ladino trabajador, hasta el Gobernador con todo su dinero, su poder y su mal gusto.