El catálogo del Festival informa que los infaltables sectores ultramontanos tomaron muy a mal, en México, el tono de esta adaptación de Eça de Queirós. ¿Qué habrá molestado más? ¿El uso no tradicional de la hostia con fines de magia negra? ¿Su conversión en golosina ocasional por parte de niños que la untan con dulce de leche? ¿O el ingenioso recurso del manto de la Virgen como túnica extática por parte de un encendido cura de pueblo y su joven amante? Es difícil decidirse, en primer lugar porque los conservadores rabiosos, ya se sabe, ven todo el tiempo en el cine cosas que a uno se le escapan, pero también por el entusiasmo con que el film desentierra tales hallazgos, los despliega sin duda con superiores fines de escándalo burgués, casi buñueliano, se diría, al leer la sinopsis.
Pero al público actual le encantan estos visibles gestos desmitificadores, aplaude incluso al final si el producto en cuestión multiplica aquellos tópicos pseudo-buñuelianos ya asimilados de modo casi irreversible por el video-clip con pretensiones, y los condimenta con convenientes y graves datos de actualidad: narcotráfico, lucha social, corrupción eclesiástica, la amenaza del aborto, si es posible en versión para niños.
Desde el punto de vista formal, además del género audiovisual que señalábamos, El crimen del Padre Amaro abreva notoriamente en la telenovela latinoamericana, pero lo hace de manera culposa, por defecto, diríamos, a través más que nada del esquematismo de las situaciones que construye la cámara, la pobreza de la anécdota y de su articulación, y un carácter complacidamente estereotipado de personajes al servicio de aquéllas que muta en simple morosidad reveladora en el caso límite del propio protagonista, punto privilegiado del relato destinado a interiorizar y revelar el conflicto, pero condenado por las formas que éste adopta a un interminable peregrinar entre golpes de efecto a través de contradicciones decididamente insignificantes.