El director de Tinta roja, el peruano Francisco Lombardi, fue periodista antes de cineasta, y eso se nota desde el primer hasta el último plano de la película. Y es que Lombardi se aleja de los tópicos y la visión idílica con la que el cine se ha acercado tantas veces al mundo del periodismo y retrata con agudo realismo los ambientes -a ratos apasionantes, con frecuencia sórdidos- de la redacción de un periódico amarillo a la antigua usanza.
Tinta roja cuenta la historia de Alfonso (Giovanni Ciccia), un joven peruano recién salido de la universidad que se enfrenta por primera vez al ejercicio de su profesión en la sección de sucesos del periódico sensacionalista "El clamor". Aunque al principio rechaza con virulencia su trabajo y lo que le obliga a hacer, poco a poco va entrando en la lógica interna y el ritmo productivo de la sección de la mano de su jefe, Saúl Fáundez, un veterano periodista ya de vuelta de todo.
Precisamente son estos dos ejes los que estructuran el filme: por un lado la relación paterno-filial que se establece entre el práctico y el jefe de su sección; por el otro la pérdida de la inocencia y la trasformación de los valores del joven reportero, que abandona paulatinamente sus propósitos de convertirse en escritor profesional como su ídolo, Vargas Llosa, y se va tornando un periodista amoral y obsesionado por obtener la información más exclusiva e íntima posible.
Desde su privilegiada posición de antiguo periodista, el director Francisco Lombardi es capaz de mostrar al espectador la seducción del reporterismo clásico, con su amoralidad y sus ambientes masculinos y corruptos, que en el caso del protagonista se opera a través de la progresiva aceptación de sus compañeros de sección, el fotógrafo Escalona (Fele Martínez), el chofer Van Gogh (Carlos Gassols) y sobre todo su jefe, Saúl Fáundez (Gianfranco Brero). Este proceso se ve subrayado a través de la inclusión de tramas secundarias, como la relación de Alfonso con su novia, interpretada por la española Lucía Jiménez, y con otra joven a la que le presenta su jefe, así como por pequeños detalles como su progresiva caída en vicios como el alcohol, el tabaco y la cocaína.
Sin embargo, Francesco Lombardi no se limita a mostrar la progresiva decadencia del joven reportero, sino que, en el último tercio de la película, denuncia el sinsentido de su actividad y los valores que la justifican a traves de un brusco (y, todo sea dicho, bastante forzado) giro de guión que es preferible no desvelar. Es ésta con diferencia la parte más floja del filme, donde la película se ve arrastrada por un discurso moral que, salvo quizá para los periodistas, tiene un interés bastante relativo.
Además, esta última parte adolece en exceso la desaparición de la pantalla del magnífico Gianfranco Brero, que construye con maestría el personaje de Saúl Fáundez, el mitad seductor mitad canalla jefe de la sección de policiales. Este actor, que obtuvo el premio a la mejor interpretación en el pasado Festival de San Sebastián, sostiene por sí solo buena parte de la película; quizá por eso su desaparición momentánea deja huérfanos a los demás actores, que no consiguen del todo mantener la tensión dramática.