“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Tupac Pinilla, pescador en aguas turbias
    Por Reynaldo González

    Una de las virtudes del cine ha radicado en la posibilidad de asomarse a la vida de ciertas comunidades y, en ellas, de sus integrantes, trayectoria que en los primeros tiempos tuvo como punto ápice Nanook, el esquimal, de Flaherty. El cine pudo prestarse, como ningún otro arte de los que tanto tomó en su desarrollo, para observar al hombre en su intimidad o en su grandeza, formar parte de su entorno, comprender sus dudas existenciales y sus temores, porque, lamentablemente, no todo es heroísmo, aunque se insista en exaltar una grandeza en ocasiones elusiva. Para la memoria fílmica, si escapa del adocenamiento servido como papilla en las pantallas grandes y pequeñas, las piezas que más han incidido en la valoración humanista tuvieron un sabor agridulce, dejaron un regusto de interrogante abierta. Y es que no corresponde al arte cerrar preguntas sino lanzarlas, inquietar sobre algunos abismos que asoman en el camino, aunque corra el riesgo de que ciertas miradas lo señalen como poco afirmativo, lo que puede traducirse como poco obsecuente. No importa. Serán ese hombre asomado a la pantalla y el observador desde la luneta quienes intenten el mejoramiento por el que clama la proyección fílmica. Por supuesto que estas inquietudes no corresponden solamente a la cinematografía, sino a todo arte verdadero, el que no se solaza en agradar, acariciar, adornar. Que adornen los biombos y los ñinguiñinguis decorativos.
    Una pelea cubana contra los demonios… y el mar, de Tupac Pinilla, con la colaboración del director invitado Raydel Araoz, será un impacto de sinceridad fílmica para quienes lo vean en sus primeros días de proyección, en los cines Yara e Infanta. El proyecto, premiado y coproducido por DOCTV IB y el ICAIC, se ha concretado en una pieza inquisitorial sobre aspectos poco tratados de nuestra realidad, de los que no suelen hablarnos los medios propagandísticos. Es una ópera prima en la TV pública de trece países involucrados por DOCTV IB; ojalá la nuestra, tan esquiva con lo que no es agasajo, se sensibilice y la programe sin acogerse al tiránico aserto de «lo que no está en la TV no existe». Nos introduce en una realidad insular que muchos considerarían distante, ajena. Pero es real, cercana y nuestra. Un conflicto donde todos los participantes cargan un poco de razón, hablan por sí mismos, sin maquillajes ni ardides, con una franqueza capaz de derrumbar las barreras de la indiferencia. Es el retrato de un lugar desolado por las agresiones de la naturaleza, por conflictos igualmente naturales y supuestas soluciones que no escaparon de los cartabones burocráticos y de la insensibilidad. Sin dramatizar ni buscar los meandros del melodrama, Una pelea cubana contra los demonios… y el mar constituye una denuncia de circunstancias que, por no solucionadas, parecerían insolubles.
    Carahatas, un pueblo de pescadores situado al norte de Villa Clara ?de asentamiento taíno homónimo cuyas primeras referencias se rastrean en las crónicas de Bartolomé de Las Casas durante el primer bojeo a Cuba junto a Pánfilo de Narváez?, padece un triple eje tensional que cíclicamente intenta alejarlo de la costa y acercarlo a ella. Una empresa que vende el producto del trabajo de sus moradores, es la única fuente empleadora y de ingresos para quienes tienen la pesca como tradición y razón de vida. Vigilada por el celo conservacionista de los investigadores, el área es un refugio de flora y fauna, protegido por el gobierno que pretende sustraer a los habitantes de los ciclones que periódicamente barren sus casas. Pero en ese entorno radica su verdad, su vida, y siempre regresan a su lugar de origen. Obstinación, tradición, razón de una cultura ancestral que exige respeto. Es el punto dramático que no avizora solución si se persiste en métodos de extracción económica, por una parte, y de posposición de las soluciones, por otra. Entre tanto, la vida continúa, las generaciones se reciclan y el oficio de pescadores, heredad de abuelos a nietos, pierde a los seguidores porque le anulan la posibilidad de los relevos.
    La habilidad de los realizadores (donde buena parte recae en la eficacia de los fotógrafos ?Bernabé Castillo con Luis Llera, Ernesto Granado, Luis Guevara y Everardo Vázquez? y el editor ?Damián Fernández Font?) permite que el relato transcurra con una naturalidad que no traiciona la mostrada por los testimoniantes. Hubiera resultado artificio adverso si se intentara un «embellecimiento» vicioso, que riñera con el carácter del conjunto. Salvo observaciones al pródigo pero inquietante paisaje en que desenvuelven su labor y sus días, el filme privilegia sus diálogos, sus protestas de las circunstancias que los agreden, o de la «utilería» que los rodea ?la escueta dignidad de la pobreza?, apresada por la mirada de la cámara, que se centra en esas personas sin intentar convertirlas en personajes. Predomina su carnalidad esencial, la adustez de sus gestos y una locuacidad afincada en razones. El drama de Carahatas adquiere, con ellos, una resonancia sin apelaciones ni añadidos. Es el insoslayable conflicto de sus vidas y de una sensibilidad colectiva construida a golpe de sinsabores, donde, sin embargo, la vida sienta su principal razón, la de la consecución de los días, los hijos y una esperanza que no puede permitirse decaídas.
    Hacía tiempo que la pantalla no me entregaba tanta vida viviéndose, un retrato colectivo sin concesiones, un documental a la manera de los viejos tiempos. Su belleza alejada de «lo bello», conmueve y deja en el aire una interrogante que no presume de tener las soluciones. Tupac Pinilla, entre pescadores, se revela como un pescador en las aguas turbias de la realidad.





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