Con media docena de largometrajes previos (La fiebre del loco, Historias de fútbol, El desquite, La buena vida, Machuca), Andrés Wood se ha consolidado como uno de los directores más sólidos de la generación “intermedia”, aquella previa a la explosión reciente del denominado Nuevo Cine Chileno.
En esta película sobre Violeta Parra, la cantautora más importante de la historia de su país, Wood consigue un retrato casi siempre intenso, que termina sobreponiéndose a ciertos excesos y subrayados gracias a su solvencia como narrador y, sobre todo, a la interpretación de Francisca Galván, quien carga con el peso no menor de un relato dominado por situaciones extremas que ella sortea con absoluta naturalidad y convicción.
Gran éxito comercial en su país con más de 350.000 espectadores y candidata por Chile al Oscar en idioma extranjero, Violeta se fue a los cielos está construida con una estructura de rompecabezas que va y viene en el tiempo y en los lugares (desde su búsqueda casi antropológica de las raíces ancestrales de la música de su país hasta su experiencia con la “universidad del folclore” en una carpa de circo que montó en La Reina, pasando por sus coqueteos con la pintura en París o sus tortuosas relaciones afectivas) para llegar al abrupto final que ya todos conocen.
Una de las decisiones artísticas más torpes e innecesarias tiene que ver con una subtrama que -quizás para justificar la coproducción con la Argentina- le dedica muchos, demasiados minutos a una entrevista que Violeta le concede a un periodista porteño bastante conservador (Luis Machín), que es utilizada de manera obvia y didáctica para ramificar la estructura narrativa.
Lo más interesante de esta biopic es, precisamente, que no cede a las tentaciones (convenciones) de este género tan transitado por el cine hollywoodense, especialmente a la hora de acercarse a artistas torturados, como fue el caso de Violeta Parra. Wood y Galván escapan de toda demagogia a la hora de moldear a la protagonista y, en vez de convertirla en una heroína del todo empática, se animan a presentar su costado casi dictatorial, su individualismo, su desconexión, su inconformismo, su desencanto, su resentimiento, su desapego familiar y su angustia existencial.
La película, es cierto, se permite unas cuantas licencias “poéticas”, pero no estamos aquí frente a un ensayo intelectual ni ante un documental preciosista sino ante una mirada sobre (una interpretación de) una artista multifacética, rebelde, caótica, inasible y, por supuesto, con rasgos geniales. Así, el film, aún con sus altibajos y concesiones, logra seducir y al espectador y alcanza una dimensión artística que no queda a tanta distancia de la que alcanzó en vida la figura que retrata.