El cine cubano, al menos el realizado después de 1959, cuando se funda el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), cuenta en su haber con muchas adaptaciones a obras literarias. La más famosa Memorias del subdesarrollo (1968) de Tomás Gutiérrez Alea está basada en al obra homónima de Edmundo Desnoes. Otro filme que aprovechó las ventajas del texto literario fue La bella del Alhambra, de Enrique Pineda Barnet basada en Canción de Rachel de Miguel Barnet.

Otros filmes asumieron el riesgo de textos dramáticos y lo llevaron a la pantalla grande, como Se permuta, Papeles secundarios, María Antonia. Llegó el nuevo milenio y los cineastas cubanos buscaron referentes más cercanos para sus creaciones. Ahí entra Chamaco, la obra del dramaturgo Abel González Melo que Juan Carlos Cremata Malberti adaptó para la obra de igual nombre.

Chamaco es una película que toma del texto escénico una fuerte influencia, los actores de la película, en su mayoría son los mismos que interpretaron la puesta en escena de Argos Teatro en mayo de 2006, dirigida por Carlos Celdrán, y estrenada en el Teatro Nacional, amén de que la primera presentación al público fue la que dirigió Alberto Sarraín en abril de 2005.

El crítico Amado del Pino considera que: “Chamaco propone una densidad dramática de hondo parentesco con la tragedia, que disimula un tanto su poderosa gravedad al tratarse también de una suerte de sinfonía urbana con visiones o personajes de aparente cotidianidad. El sexo asumido de forma descarnada, el desamparo, la doble moral, la intemperie, son algunas de las presencias que uno sale rumiando de la sala, aunque sospecho que lo más importante aquí son las pasiones y en todo caso el reclamo de asideros que nos protejan de tanto desencuentro. (…)”

Abel González Melo, autor de la obra, confiesa que: “veía muy difícil y lejana la posibilidad de que se estrenase”. La principal causa para su rechazo es el hecho de que Chamaco había tratado de que “ese universo visitado, marginal, nocturno, cobrase vida no de modo únicamente testimonial, no con afán de censura o comportamiento alguno”.

El argumento nació de la observación de su autor. En Festín de los patíbulos, libro merecedor del Premio Alejo Carpentier en la categoría de Ensayo en 2009, Melo escribe el por qué y el cómo de Chamaco: “Durante años, al abandonar en la madrugada la oficina de la revista Tablas en La Habana Vieja, contemplaba el mismo paisaje: decenas de muchachos, entre los 12 y los 30 años, se reúnen en una cafetería frente al Capitolio habanero, a lo largo de la fachada del cine Payret, y se mueven sigilosamente entre los bancos del Parque Central, adonde los destellos de nuestra Acera del Louvre llegan con el garbo del lujo venido a menos”.

El filme comienza con una partida de ajedrez que juegan Karel Darín y Miguel Depás, un día de nochebuena. El enfrentamiento entre ambos después de Miguel perder la partida provoca que Karel, un joven que se dedica a satisfacer deseos sexuales, lo asesine y deje botado en el parque.

Dirigida por Juan Carlos Cremata, la cinta toma mucho del lenguaje de las tablas, incluso se puede percibir demasiada teatralidad en ella. Objetivos cercanos a los propuestos por su director: escenas largas donde los personajes entran y salen del escenario y diálogos que aluden más a la representación teatral, que al lenguaje cinematográfico.

Dividida en once fragmentos, desde el inicial Escombros hasta la Fuga de la última, la película transcurre con el peso de mostrar una Habana pocas veces vista así, con un ojo descarnado, que no cree en mentiras piadosas ni en palabras vacías, sino en una realidad encontrada fácilmente.