Durante mucho tiempo circuló la idea de que los emergentes cineastas argentinos se desentendían de las problemáticas sociales o políticas, más interesados por un cine de observación y tiempos muertos. Si bien hay varios ejemplos que desmienten esta idea, en este caso El estudiante (primera obra en solitario de Santiago Mitre, luego de co-dirigir El amor (Primera parte), 2005) el eje político es central. Específicamente la militancia política en la Universidad de Buenos Aires, micro-cosmos de tensiones que dan cuenta del afuera, cómo no, pero que al mismo tiempo están reguladas por cierto hermetismo.
Roque (preciso y convincente trabajo de Esteban Lamothe) es un joven del interior que acaba de llegar a Buenos Aires para hacer una carrera en la Facultad de Ciencias Sociales. Lo espera un edificio enorme, plagado de carteles con consignas políticas y aulas en las que se dictan clases pero también se debaten ideas en asambleas. Nada de ese universo extraño y a la vez fascinante lo abruma, pues Roque es “entrador”, seductor, características que lo llevarán a una joven profesora militante interpretada por Romina Paula, una de las mejores actrices de su generación. Lo que sigue es un relato intenso, en el que prima la “novela de aprendizaje”, aderezada con romance y una buena cuota de intriga. Cuando la profesora le presente a su mentor y titular de cátedra (“coge con él”, le advierte despectivamente una amante-amiga) Roque ingresará a un mundo en el que se mueve como pez en el agua.
La cámara de Mitre sigue obsesivamente (algunas secuencias rememoran al cine de Luc y Jean-Pierre Dardenne) al personaje central, reservando el punto de vista a su mirada. Una mirada aguda, que le proveerá de nuevos saberes a la hora de llevar la ideología a la praxis política. Y allí comienza otra película, abocada a desentrañar los pactos, traiciones, miserias e hipocresías que emergen en la lucha por claustros y puestos administrativos. El guión se cuida de no hacer una referencia directa a algún partido o facción política de alcance nacional, tampoco lo necesita. Esto conlleva a cierto grado de abstracción que “envuelve” al espectador en una vorágine de códigos y jergas que ofician como marco ideal para el resto del relato. La voz en off resulta pertinente, pues si bien no agrega información nuclear para el desarrollo de la trama, va muy a tono con esa mirada tan precisa, documental y en cierta manera determinista para dar cuenta de esta especie de sub-mundo.
El film muestra a los militantes (los docentes y los no docentes, los jóvenes y lomás adultos) sin idealizarlos. Algunos consumen drogas, traicionan la ética que defienden, pactan y toman decisiones muy cuestionables. Militancia, pedagogía y vida cotidiana aparecen unidas en una forma indisoluble, aspecto que hace verosímil el drama, en un gesto de coherencia estética que encuentra parangón en El bonaerense (Pablo Trapero, 2002) y Nueve reinas (Fabián Bielinsky, 2000), dos films que exploraban mundos (la policía del conurbano y el mundo de la delincuencia urbana) con una fluidez y clasicismo notables.
Mitre, surgido de la FUC, mantiene la sociedad artística iniciada con El amor (Primera parte), contando con Mariano Llinás como co-productor y co-guionista. Es estimulante que en las ambigüedades de los personajes se definan ideas, campos de batalla ideológica, procedimientos viciados que también dan cuenta de nuestra realidad nacional, transmitidas con solvencia técnica. La película está hecha en HD y cuenta con un excelente trabajo fotográfico hecho a seis manos (Agustina Llambi Campbell, el mismo realizador y Fernando Brom)
Film de tesis y dilemático, apasionante retrato de la militancia estudiantil, El estudiante, por su ambición y cuidada factura técnica, está destinado a convertirse en un clásico. El tiempo lo dirá.