“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Ulises, deambulaciones
    Por Pamela Biénzobas

    Ni miserabilismo, ni angelismo. Ni siquiera una Ítaca anhelada. Óscar Godoy aborda en Ulises, con un severo desapego las aventuras y desventuras de Julio, inmigrante peruano buscando sin ruta clara una oportunidad en Santiago. Un Santiago que de seguro resultará difícilmente reconocible para muchos, pues se ve, al igual que la sociedad chilena, desde un costado. No al revés, ni subterráneo, ni con su peor cara, sino simplemente con otros puntos de referencia. Así, de la Plaza de Armas se distinguen apenas las fachadas de los edificios del lado sur, vistos oblicuamente desde el muro lateral de la Catedral, lugar de reunión de inmigrantes. Igualmente, de la agresión que claramente acaba de sufrir Julio al comienzo del film, sólo vemos la reacción de algunos transeúntes, la consecuencia concreta (la herida) y su rápido paso por urgencias para curársela.

    Godoy muestra lo justo y necesario para un relato por lo demás abierto. Al espectador se le hace un raro gesto de respeto al no explicarle lo evidente. También se le pide un mínimo de implicación para apropiarse de la historia y llenar, con su entendimiento o imaginación, los huecos dejados por un narrador testigo, no omnisciente.

    El proyecto se conoció durante un tiempo como El síndrome de Ulises, que describe, en una acepción acuñada en España, el stress del inmigrante (sobre todo el inmigrante económico) en situación de precariedad y de soledad en una sociedad en la que no logra la aceptación o el éxito material que iba a buscar. Julio es en efecto ese lugar común, esa descripción general del profesional peruano (en este caso, un profesor de historia) que llega a Chile sin su familia para ganarse mejor la vida, relegado a trabajos informales, esporádicos e ingratos que nada tienen que ver con su calificación, intranquilo por sus papeles, rodeado casi siempre sólo de sus compatriotas.

    Sin embargo, observado de manera oblicua, al igual que la Plaza de Armas, Julio resulta reconocible por los elementos distintivos del cliché, y a la vez tan extraño como si fuera visto por primera vez. Como Ulises, es un modelo, pero también un personaje único. Por eso la película es al mismo tiempo un trabajo sobre una realidad concreta (describirla como un film sobre la inmigración peruana en el Santiago actual sería, aunque incompleto, totalmente cierto) como una obra tan atemporal y universal como lo es el tema de la migración.

    Del protagonista, lacónico y grave, conocemos sólo fragmentos. Nada que invoque una compasión paternalista, sino una empatía horizontal. Demasiado reservado o digno, no nos revela demasiado de su mundo interior, y la cámara tampoco va a inmiscuirse en su intimidad. Ahí donde deja de existir un correlato con la mitología griega es que no se trata de una épica. Tampoco de una tragedia. Apenas podría considerarse a Julio como un héroe. Es un hombre ordinario que camina, que busca, que observa, que quizás se emociona, que vive y sobrevive sin interferir demasiado con el mundo.

    Esa retención y esa intimidad son llevadas por una cámara discreta, que acompaña al protagonista a una cierta distancia (en un juego en el que participa el sonido, que por momentos se mantiene demasiado lejos para captar todo), rara vez contextualizándolo en planos demasiado abiertos o puntos de vista privilegiados.

    La fotografía es granulosa, sucia, áspera, transmitiendo la opaca languidez de una existencia en que la luz (aparte de los neones de interiores comerciales) es un bien escaso. Las composiciones son de una belleza modesta, casi disimulando el sutil juego de sombras y matices que dibujan y delimitan unos encuadres de una gran precisión tanto estética como narrativa.

    La luz va entrando en la misma medida en que los fragmentos se van acumulando, no como en un puzzle en el que la imagen predefinida va tomando forma, sino como una recaudación de elementos dispersos que finalmente permite esbozar una forma encontrada. En su deambulación, que en un principio parece responder sólo a solucionar lo inmediato (el trabajo de hoy, el alojamiento de esta noche), pareciera asomar la perspectiva de cierta tranquilidad, de respiro, y con ello la relajación de las defensas.

    El relato de Ulises termina tan abierto como empezó, pero con la mirada más alta: a diferencia de los pies de los transeúntes –una visión difícilmente más baja y confinada–, el paisaje de la cordillera vista desde una cierta altura: una nota de esperanza tan sobria como el aplacado dramatismo de una odisea ordinaria.


    (Fuente: Mabuse.cl)


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