“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Después de Lucia, un mundo cruel
    Por Domenico La Porta

    En su primer largometraje, el director mexicano Michel Franco contó la historia de dos hermanos, Daniel y Ana, a quienes obligan a actuar en una película pornográfica underground. De aquella cinta se desprendía un malestar visceral que el director ha vuelto a llevar a una nueva historia sobre el acoso y las reacciones que este suscita cuando se supone que un sistema más que imperfecto se encarga de regular un mundo cruel. La película resultante, Después de Lucia, se ha hecho contra pronóstico con el máximo galardón de la sección Un Certain Regard del 65º Festival de Cannes.

    Todo empieza el día después de la muerte de una madre que obliga a un padre (un imponente Hernán Mendoza) y a su hija (la joven Tessa Ia) a dejar su hogar en la costa y mudarse a México DF. La joven adolescente tiene la desgracia de acostarse la primera noche con un chico que graba el coito a escondidas y lo difunde por Internet. Se corre la voz y la respetabilidad de la muchacha se va al traste. Sus antiguos compañeros no dejan de humillarla y agredirla moral y físicamente cada vez con mayor saña. El padre no conoce la historia hasta que la situación degenera completamente, hasta tal punto de que llega demasiado tarde la reacción de las autoridades.

    Desde el plano secuencia que abre la película (el padre va a buscar un coche al taller y lo termina dejando en mitad de un cruce), el estilo de Michel Franco aparece bien definido. El director usa con gran habilidad la cámara como testigo pasivo que suscita más preguntas de las respuestas que ofrece. El público espera que esta joven ofrezca resistencia contra sus agresores. Espera que el padre imponga su autoridad y su protección para salvar a su hija de la pesadilla. Reclama una justicia que la cámara se niega a capturar para seguir mostrando la impotencia apática de un ser que se descompone por momento y nos preocupa.

    Nos esperamos un final trágico, pero Michel Franco consigue dar la vuelta a la tortilla y cambia de frente la etiqueta de víctima. La última escena de la película, y, en especial, su último plano (un paralelo inteligente con la secuencia de apertura) dejan al espectador a caballo entre el júbilo y el remordimiento, definitivamente comprometido con la historia.

    Resumen por: (Traducción del francés)

    (Fuente: Cineuropa.org)


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