“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

ENTREVISTA


  • Cozarinsky respira el mismo aire del nuevo cine argentino

    Es probable que para alguien que pertenece al mundo de la creación o el arte, la hiperproductividad sea censada como un síntoma. Pero en el caso de que lo fuera, quizás el de Edgardo Cozarinsky no sea el ejemplo más pertinente. Un apretado detalle no debiera dejar de contar que fue crítico de cine en los 60, radicado en París desde mediados de los 70, adonde se fue luego de hacer su primer largometraje underground y titulado, enigmáticamente ... (puntos suspensivos). En París se convirtió en escritor de ensayos con Vudú urbano -que recibió la bendición de escritores como Susan Sontag o Guillermo Cabrera Infante-, que abrieron una faceta sobre el cine que nunca tuvo retorno, como el del también notable trabajo Borges en/y/sobre cine. A Cozarinsky parecía esperarlo un destino como hacedor de documentales con forma de ficción o ficciones vestidas de documental, como La guerra de un solo hombre, Boulevard´S du crepuscule, Fantasmas de Tánger y la extraordinaria Citizen Langlois. También hizo filmes que estaban justo en la frontera de los dos géneros, como El violín de Rothschild. Pero la ficción asomaba, agazapada, dispuesta a avanzar y ganar terreno: hubo varios intentos con el cine, y más recientemente llegó el tiempo de las ficciones literarias -los cuentos de La novia de Odessa y su primera novela, El rufián moldavo-, para ahora volver a incursionar con decisión en Ronda nocturna, de inminente estreno.

    Pero el síntoma de la productividad no estaba atrás, en el tiempo frío de la biografía, sino en la actualidad vibrante del retorno de Cozarinsky a Buenos Aires, que fue progresivo hasta convertirse en rotundo. Junto con Ronda..., dos libros –Museo del chisme, el guión y diario de rodaje de su filme, titulado también Ronda nocturna-, a los que se suma su primer trabajo como director de teatro, con Squash. Así, entonces, la pregunta no sería, ¿de qué está enfermo?, o la otra, más sinuosa: ¿es contagioso? Más bien, lo que habría que preguntarse es la clase o categoría o tenor de esos materiales que el creador va desperdigando o arrojando sobre el mundo, como si estuviera trazando un recorrido y regalara pistas con las cuales poder seguirlo.

    El tema de la muerte aparece en varios momentos, y de varias maneras, en sus últimas producciones: en su novela El rufián moldavo, como parte de una búsqueda hacia atrás en el tiempo, y en su última película, Ronda nocturna, como materia central del presente del personaje y todo lo que lo rodea. ¿En qué medida esto se conecta con su casi retorno a la Argentina?
    Todos sabemos intelectualmente que no somos eternos. Pero una cosa es saber eso, y otra es saber que uno convive con la muerte. A un proceso de una enfermedad grave -de la que logré escapar- se sumó la muerte de uno de mis mejores amigos, Alberto Tabbia, que me legó sus libros y un papel en el que decía: “Escribí, escribí, escribí. Es lo único”... Pero hay algo de todo esto que tal vez sí se conecta con mi vuelta a la Argentina: me siento más a gusto acá que en París. Así como hace treinta años era París el lugar que producía una ilusión en mí, hoy eso lo logra Buenos Aires.

    Por otra parte, siento que dialogo o tengo más afinidad con jóvenes que con gente de mi edad. No porque eso fomente en mí la ilusión de ser joven, pero sí porque corresponde más con una visión que tengo de las cosas. La gente de mi edad o mi generación -salvo honrosas excepciones- está muy “instalada” en ideas o gustos, se puede prever lo que va a gustarle o no, y ellos a su vez se sorprenden de que yo no haga ciertas cosas. Eso me ha dado una especie de revitalización. Y se nota en que haya empezado a publicar mucho más que antes -este año salieron Museo del chisme (Emecé) y Ronda nocturna (Libros del Rojas)- y que haga una película como Ronda nocturna. Justamente, en Ronda... hay un tema que reaparece: el peregrinaje solitario de un personaje por la ciudad. Y esa idea -que corresponde a algo que está muy en mí, pero que es una idea formal- está puesta en un marco diferente. Si bien no es una película realista sino fantástica, hay un desarrollo narrativo que sucede en un plano de observación de la realidad. Y así todos esos elementos -la errancia, la acumulación de basura, los sin techo- creo que se convierten en elementos casi metafóricos... Yo vivo todo eso como un nuevo punto de partida... Y en ese sentido, también, es que me interesan algunos de los nuevos directores de la renovación del cine argentino, porque siento que hacen películas con las que puedo conversar, como Tan de repente, de Diego Lerman, Cabeza de palo, de Ernesto Baca, El nadador inmóvil, de Fernán Rudnik, o La quimera de los héroes, de Daniel Rosenfeld, o Caja negra, de Luis Ortega, o las de Martín Rejtman. Dialogo más con ellos que con aquellos que forman parte de lo que llamo “el cine alfonsinista”, que fue ese cine de buena conciencia, con desaparecidos, que aprovechó la coyuntura de la vuelta a la democracia y siempre me pareció de una enorme banalidad, como si consistiera en ilustraciones de artículos de diarios. En ese sentido, creo que Ronda... está respirando el mismo aire que lo que suele llamarse “nuevo cine argentino”.

    Lo que decía de París y Buenos Aires, ¿cree que tiene que ver solo con lo que le pasa con esos lugares, o con los cambios en esas ciudades, que son inversos?
    Es verdad. Creo que en Buenos Aires hubo una gran apertura, que vino en el primer momento después del fin del régimen militar y que creo que se perdió muy rápido en esa “institucionalización” de una democracia formal. Y también creo que eso volvió a salir, como una reacción ante la manera en que se vivía. Y hoy noto que después de la huida de De la Rúa, en diciembre de 2001, se reconstruyó la sociedad y la clase política, pero siento que eso es algo en lo que nadie cree... Y respecto al momento en que me voy a París, me fui no tanto encandilado por el brillo -que ya entonces era como la luz de las estrellas muertas-, sino con una sensación de fuerte rechazo. No me canso de decir que para mí el terror no empezó en el 76, sino con la vuelta de Perón y la entronización de Isabel Martínez y López Rega.

    Pero al leer su literatura o ver su cine se descubre que todo es “la guerra de un hombre solo”, para citar el título de uno de sus filmes más conocidos. Todos sus relatos conducen a alguien cuyos lazos generacionales buscan alejarse de los discursos que -de un lado y de otro- produjo esa generación. ¿Lo ve así?
    Puede ser. Cuando hacía el suplemento Radar Libros, de Página 12, Daniel Link me propuso hacer una columna llamada “Sidra en el Tortoni”. Y ahora me ofreció reunir esos textos con otros que estaban dispersos, y había que buscarles una unidad. Los va a publicar en una colección de libros que él va a dirigir. Y lo que apareció como título creo que contesta la pregunta: se va a llamar “Rancho aparte”.

    De hecho hay algo que une su primera película, ... (puntos suspensivos), de 1971, con Ronda nocturna: giran en torno a un personaje que deambula por la ciudad y va manteniendo encuentros casuales y efímeros. Y al mismo tiempo, es también la lógica que conecta con las historias privadas de la segunda parte de su último libro, Museo del chisme...
    En el caso de Ronda..., sí, totalmente cierto: él no pertenece a ninguno de los ambientes que roza... Y en el del Museo del chisme también, porque es también el vínculo que se establece con historias ajenas... Se trata de contar historias por el placer de contarlas... Hay un contacto más cercano con esas historias: muchas son leídas pero muchas otras son oídas por mí, directamente.

    -En el Museo… se puede ver otra forma más -como otras veces en su trabajo- de narrar historias que se da por sentado que carecen de importancia. Esa condición ha alimentado muchas de sus películas -como Bouvelard´S du crepuscule, como El violín de Rothschild-, pero también es central en la recuperación de los relatos de sus cuentos de La novia de Odessa o de El rufián. ¿Puede ser que en esa pasión por esa clase de historias olvidadas hubiera una discusión tácita con gran parte de lo que ha interesado a gente de tu generación, siempre interesada en los “Grandes Relatos Explicativos” o los “Personajes Importantes”?
    -Puede ser. No es algo que yo piense conscientemente. Sí me reconozco en la idea de perseguir esas otras historias que no llevan mayúsculas. Siempre me sedujo lo que quedaba medio escondido. Cuando compaginaba La guerra de un solo hombre -en la que no filmé un plano ni grabé un sonido: usé sólo imágenes de actualidad y textos de los Diarios, de Ernst Jünger-, cada tanto me detenía en las expresiones de personas que aparecían en los noticieros. Y la montajista me sugirió que me detuviera en esas expresiones. Y quedaron ocho o nueve de estas tomas que son como anónimos congelados. Y con los años reconozco ahí una predilección mía: la de prestarle atención a lo que corre el riesgo de ser olvidado, o ser encubierto por otros intereses, como todo el que estuvo “en el mal lado de la historia”, y que de pronto dice verdades que corren el riesgo de ser descalificadas por provenir de quien provienen. Como cuando Jünger escribe en sus Diarios, que desde ese momento todas las guerras van a ser guerras civiles.

    -Al mismo tiempo, en este remolino productivo, está preparando su primera obra de teatro como director. ¿Puede contar cómo nace la idea y qué es el proyecto?
    -Me llamó Vivi Tellas para hacer uno de los Biodramas, que se están poniendo en el Teatro Sarmiento. Le dije que nada me gustaría más, porque hace tiempo venía pensando en eso, incluso llegué a trabajar en un proyecto de una ópera, que al final no funcionó. Le dije que me interesaba mucho el deporte, ver en escena gente haciendo deporte, porque creo que hay algo físico en el deporte que tiene que ver con la actuación. Y además me gusta eso de que el mejor jugador de fútbol se peleó con la mujer y sale a la cancha y no rinde... Y yo había conocido al actor Rafael Ferro cuando lo llamé para un papel importante en Ronda... , y me contó que su vida había dado un giro cuando, a los 29 años, dejó el deporte para empezar a actuar, después de quince años de tenis y sobre todo de squash. Le interesó el método: que yo ficcionalizara a partir de la historia familiar de él. Por otra parte, es el primero de los Biodramas donde el personaje es encarnado por la persona real... Además de Ferro, está Jimena Anganuzzi, que hace de la hermana del protagonista. Al fin, se llamará Squash -escenas de la vida de un actor-.

    -Se puede pensar que esa posibilidad de cruzar de un lado a otro, es posible en una cultura como la argentina, que admite esos desplazamientos sin pagar por ellos...
    -Todavía está por verse. Si no tendré que pagar por esto.

     


    (Fuente: Revista Debate)


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