“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Algo de animación para la historia del gran diluvio
    Por Juan Pablo Cinelli

    Durante la fiebre del oro a finales del siglo XIX, aventureros de todo el mundo se lanzaron en busca de fortuna por los confines salvajes de América, desde el Yukón al Cabo de Hornos, pero solo unos pocos pioneros tuvieron en gracia llegar temprano al sitio oportuno. Al resto, con suerte, el destino apenas le reservó la satisfacción de dos o tres pepas de oro. Algo similar ha sucedido con el cine de animación luego de que John Lesseter al frente de Pixar (de la mano del Gran Hermano Disney) lo revolucionara todo con una sucesión de películas memorables: las dos Toy Story, Bichos, Monsters Inc. y Buscando a Nemo. A partir de ellas estableció para el género un estándar muy difícil de igualar, incluso por ellos mismos, y al que otros estudios apenas han conseguido llegar, en un balance desfavorable que incluye más material de oportunidad que buenas películas.

    Con el tiempo, el fenómeno de la animación alcanzó varias cinematografías latinoamericanas, y en Argentina llegó al extremo del ridículo con la elección de Manuelita como precandidata al Oscar 1999. Desde entonces, un diluvio ha corrido bajo ese puente.

    En un país de raíces judeocristianas como Argentina, la historia de El arca es muy conocida. En compañía de su asistente Ángel, Dios confirma que la raza que se ha puesto al frente de la creación no ha hecho más que arruinarlo todo. Ya ha decidido terminar con el problema cuando la bondad de un solo hombre –el tal Noé– lo obliga a replantear su solución final: sí, lavará la mancha humana con un diluvio pero... Noé fabrica la nave tal como Dios le ordena, y allí embarcará a su propia familia y una pareja de cada especie animal, con el fin de repoblar el mundo vacío. Pero los problemas acechan: los hijos no creerán lo del mensaje divino y evalúan la posibilidad de internar al viejo en un geriátrico; luego habrá que convencer a los animales, que en asamblea deciden por mayoría confiar en el llamado de Noé (y quienes elijan no hacerlo afrontarán las consecuencias de su error). Ya a bordo explotará la difícil convivencia entre carnívoros y vegetarianos. Y hay más: un rey león metrosexual que cree que va a un crucero de placer, un tigre que pretende usurpar el trono y una pandilla en la que se destacan un puma con los berretines arrabaleros de Dolina, un cóndor de acento chileno y un lobo con el innecesario nombre de Ludo.

    Sin ser una película notable, El arca consigue esas dos o tres pepitas que la convierten en un producto noble pensado para el mercado infantil. Para empezar, sus creadores aciertan en hacer foco más allá de la anécdota ahí donde la voz bíblica no ha llegado: el conflicto entre las bestias y la relación entre Dios y Ángel, quienes empecinados en escribir el mayor best seller de todos los tiempos dan pie a varias de las escenas más eficaces. A partir de un guión muy leído y anotado, han intentado evitar la mediocridad del chiste burdo y repetido o de las situaciones mal resueltas, a menudo con éxito, aunque sin apartarse de lo previsible en una película de su género. Por otro lado, hay una digna dirección de voces que, lejos del forzado porteñismo con que se castigó a películas como Los increíbles, consigue que un elenco argentino suene homogéneo y convincente al oído local, sin perder de vista el mercado latino. Finalmente, una animación prolija aunque con altibajos (lógicos para su presupuesto), que en sus mejores secuencias consigue remedar la estética que Disney utilizara en éxitos como Hércules o Las locuras del Emperador.

    El arca
    no es una maravilla; sin embargo alcanza los objetivos que pretendía: ser un entretenimiento válido para los más chicos sin necesidad de tomar como rehén al desorientado padre en vacaciones. Y además puede presumir de ser otro paso adelante dentro del género a nivel local, no solo a años luz de Dibu o del indigesto Pantriste, sino también, en el análisis global, superior a desperdicios de lujo importados como El espanta tiburones o Chicken Little.



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