Olor a caño es una extraña película de Heitor Dhalia que sorprende gratamente. Cuenta la historia de Lorenzo un comerciante de objetos usados en cuya vida y negocio confluyen un baño hediondo y malogrado, la mesera con las nalgas más bellas del mundo con las que el protagonista se obsesiona, un grupo de desesperados vendedores, y una rutina cada día más deshumanizante y absurda.
El argumento se mueve caprichosamente de acuerdo a los estados emocionales del protagonista y las situaciones que le suceden; el ritmo rápido y las convincentes actuaciones logran que el público se identifique con este perdedor-antihéroe y ceda a las risas, aun en las situaciones más humillantes y escatológicas; risas que bien pueden ser cínicas o nerviosas, cuando se vislumbra que tras el absurdo se presenta una critica potente al consumo y al dinero, dios de la compra-venta, que enajena con su poder. En esos instantes, es que el baño que emana los olores del título, se convierte en el alterego de un protagonista totalmente decadente, que no duda en ponerle precio a todo.
Vale destacar, también, los valores de producción de la cinta -sobre todo el arte, la paleta de color y la cámara- que aportan al clima total de un filme que en algunos pasajes recuerdan a las de Wes Anderson. Una película valiosa que quizá pase desapercibida en el festival por la gran cantidad de ofertas y títulos, pero que no deja de tener su atractivo, a pesar de una resolución totalmente gratuita.