Si se pudiera viajar al futuro, probablemente encontraríamos allí un nuevo arte: el octavo. Eso asegura el realizador y guionista Orlando Senna, presidente de Televisión de América Latina (TAL), quien explica que las sensaciones ante semejante novedad serían muy parecidas a las de un espectador contemporáneo de Méliés, que intenta disfrutar —con espejuelos y todo— el estreno de Avatar.
El también novelista y miembro de los Consejos Superior y Directivo de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (fnCl), comprende ese octavo arte como una evolución del cine. Pero claro, el cine —como la vida— ha evolucionado siempre; la ruptura que permite hablar de séptimo y octavo artes estaría en la relación del público con lo que se presenta ante sí, además de los evidentes avances técnicos. El espectador pasivo no existiría para dicho arte; es más, en esos momentos, sería como un eslabón perdido. La interactividad plena le permitiría crear e intervenir la obra, y lo más novedoso sería la desaparición de las pantallas como interfaces, la inexistencia del vacío entre el observador y el cuadro. Sí, el asunto va de la realidad virtual y la inmersión —literal— en el universo de lo creado artísticamente.
Pero volviendo al presente, la cuestión del arte y la cultura —específicamente el cine— no deja de ser excitante y compleja. Rosa Sofía Rodríguez, especialista del programa IBERMEDIA y miembro del Consejo Superior de la fnCl, con los pies bien puestos en la mañana de un sábado de 2012, abre el panel «Espacio audiovisual latinoamericano: realidades y desafíos» con una aseveración: «Algo radical está pasando». Todos los productos culturales son factibles de ser digitalizados. Sobre el cine latinoamericano en tiempos de web 2.0 y banda ancha se discutió en el Hotel Nacional a partir del encuentro, organizado por el Observatorio del Cine y el Audiovisual Latinoamericano (OCAL/fnCl).
Entrada de nuevos actores en el proceso de producción, distribución y promoción cinematográficas; modos de uso y consumo que antaño serían impensables; nuevas técnicas, cambios en el lenguaje audiovisual y una estética otra que nace al son del ethos imperante en la web... Todas estas son cuestiones que atraviesan el cine que tenemos, tanto como el que empezarnos a tener, uno que será cada vez más de todos. Para Senna, el lenguaje audiovisual será progresivamente dominado por una mayor cantidad de personas, accesible y utilizable para las más variadas necesidades, en las más diversas circunstancias; algo así como concebimos el lenguaje escrito actualmente.
El futuro parece luminoso. Sin embargo, en tal paisaje no predomina el color rosa. Susana Velleggia, socióloga argentina, ilustra con algunos datos la porción de cine iberoamericano que se proyectó en las pantallas de España y Latinoamérica entre 2006 y 2009. Los más afortunados son Argentina y España, con un 39 % y un 25 %, respectivamente. Asombraría que en un país como Brasil, solo un 6 % del tiempo en pantalla es ocupado por el cine de la región. La lista continúa, pero es menos alentadora ¿Qué sucederá en unos años?
«Nuestro cine está circulando de otro modo, sobre todo en Internet y a través de la telefonía móvil», apunta Velleggia. Es así que la convergencia tecnológica deviene democrática; un poco menos cuando se analizan ciertas paradojas que surgen de las brechas socioeconómicas, la carestía del servicio en comparación con otras zonas del planeta y las leyes a favor del copyright.
En medio de tales circunstancias, habrá que detenerse a pensar también en las comunidades que se descubren como creadoras de imágenes en movimiento. Alfonso Gumucio, escritor y cineasta, expone cómo pequeños grupos de personas —alejados de los grandes centros culturales— revalorizan sus saberes profundos, recuperan la memoria y las tradiciones, refundan el diálogo intergeneracional; todo eso mientras se filman, se editan y se miran desde el otro lado.
Si se viajara al futuro, probable mente sus habitantes se interesarían por las imágenes de hoy. Todo un desafío: por un lado «pareciera que con las tecnologías digitales es más fácil conservar los audiovisuales, pero no»; comenta Katerine Gripsy, representante de la Oficina de la UNESCO en México. Por otro, aunque preservamos películas de hace más de medio siglo, algunas realizadas hace 20 o 25 años atrás, no se pueden reproducir fácilmente, pues los equipos que permitirían hacerlo han desaparecido. Eso, por no hablar de otras que se han realizado al margen de las industrias y jamás fueron proyectadas en un cine comercial.
Pareciera un ejercicio exagerado esto de mirar varias décadas hacia delante. Quizás por ello, uno de los presentes se refirió a las profecías como única alternativa ante escenarios ambiguos y advirtió su principal riesgo: muchas veces aciertan.