“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA
  • B-Happy una nueva reinvención de Gonzalo Justiniano
    Por Ernesto Garratt Viñes
    Editorial: 2007

    Gonzalo Justiniano es un cineasta constante. Es de los directores chilenos que ha superado el inmovilismo de la ópera prima -síndrome que atrapa a realizadores como Cristián Galaz- con una activa obra posterior. Justiniano ha continuado filmando, al parecer, sin importarle demasiado el qué dirá la crítica e incluso el público.

    Una de sus últimas películas, Tuve un sueño contigo, era una comedia fallida y aunque fue destrozada por la crítica, el realizador insistió posteriormente en el género cómico con El Leyton, un ensayo en cine digital que le debía mucho a los códigos de Emir Kusturica y que, dentro de su filmografía, es una especie de rareza que mezcla la farsa y la picardía rubricada por el cineasta balcánico al hablar de los gitanos. Pero claro, Justiniano no habla para nada de los gitanos.

    El director chileno casi siempre ha fijado como eje de su cine lo que pasa con los personajes marginales, social y económicamente hablando. Aquellos distantes del centro del poder y de las grandes ciudades. Así fue con El Leyton, y en sus primeros trabajos la exploración hacia esos sectores es clara: en Sussi usó el melodrama para contar el desplazamiento de una voluptuosa campesina (Marcela Osorio) a la gran ciudad y su posterior corrupción moral en la urbe; mientras que en Caluga o Menta recurrió a condimentos más políticos para mostrar la juventud marginal de la periferia de la capital y fruto de la dictadura de Pinochet en los primeros años de los 90. Amnesia, en este sentido, es una de sus producciones más políticas y comprometidas y en la que narra el encuentro en el Chile post-Pinochet entre un detenido político y su captor-torturador.

    Ahora, con su nueva película B-Happy, presentada en la apertura del décimo Festival de Cine de Valdivia, Justiniano parece reinventarse, y si con El Leyton le pidió prestadas algunas prendas al director de Gato negro, gato blanco, ahora el chileno usa el naturalismo, la frescura y la emoción pre adolescente de Los 400 golpes, el clásico generacional de Francois Truffaut, para hilvanar lo que tal vez sea su mejor película.

    La debutante Manuela Martelli es Kathy, una adolescente instalada en la pobreza del mundo rural chileno y quien resulta muda testigo de los feroces cambios que le remecen la vida. Para empezar, se entera de que su padre es un ladrón de poca monta. Lo conoce literalmente en la cárcel, cuando hace una sorpresiva visita junto a su madre (una correcta Lorene Prieto) a un recinto penitenciario. Una vez en libertad, el padre ausente se convierte en una incómoda figura presente: vuelve al hogar, junto a Kathy, la madre y el distante hermano mayor (Felipe Ríos) de la protagonista, para hacer más patente la disfuncionalidad de este grupo insertado tanto en carencias económicas como emotivas.

    El padre no puede reinsertarse en la sociedad, es un paria con encanto y digno (notable Eduardo Barril). La madre trata de llevar el orden. Es la única que trabaja e impone la cuota de responsabilidad en la familia. Sin embargo, sus esfuerzos son igual que nadar contra la corriente. En esta familia cada cual anda por su lado y lo afortunado de todo este cuadro es que Justiniano no juzga, no exagera, no critica ni pone un acento cebollesco para emocionar con tretas fáciles.

    Con una delicada distancia y una puesta en escena naturalista y elegante, la cámara va mostrando cuadros y situaciones que afectan el viaje de la niña hacia la adultez. "No le tengo miedo a nada", reza al comienzo y en varios segmentos la voz en off de Kathy, quien enfrenta la muerte, la tragedia y cambios varios sin ser una heroína de culebrones, sino que con una entereza más cercana a la realidad "real" que a la de una historia de superación de la pobreza.

    Las insípidas clases en un colegio fiscal con una profesora obsesionada con la felicidad (Gloria Laso), Valparaíso, una correccional de menores, el primer encuentro sexual con su amigo Chamo (Ricardo Fernández), la amistad con un travesti en el Puerto (Juan Pablo Sáez), el desengaño y la carretera son algunas de las paradas de esta niña-mujer que se va quedando sola y abandonada, y que al igual el Antoine Doinel (Jean-Pierre Leaud), el pequeño protagonista de Los 400 golpes, encara todas las adversidades con un sorprendente carácter.

    Manuela Martelli no es actriz profesional y su manera de enfrentar el rol está a la altura de la apuesta total: espontáneamente, sin tics ni exageraciones que remarquen una emoción obvia a la vista. Los secundarios, actores profesionales (destacan Gloria Laso y Felipe Ríos), se contienen también y dejan que la cámara de cine sea la estrella en esta historia mínima, interior y superior a lo hecho anteriormente por Justiniano.

    En B-Happy (irónico título que alude a la búsqueda de la felicidad de la niña) la mirada criollista y casi exótica que el cine chileno le brinda al proletariado, a los sectores más pobres de la sociedad (Taxi para tres, El Chacotero sentimental, La fiebre del loco), afortunadamente se anula. El típico reduccionismo de personajes "pulentos" (véase Daniel Muñoz en El Chacotero..., o en Taxi para tres) desaparece para dejar que la pantalla enfoque a arquetipos más comunes y reales.

    Se podría decir que Justiniano descubrió de esta manera un diamante en bruto: sin artimañas ni efectos es posible ir al centro de la emoción.

     




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