Esta nueva incursión del cine argentino en el clásico relato de José Hernández sobre el mítico gaucho rebelde y héroe trágico, enrolado a la fuerza para la lucha contra el indio y finalmente desertor, tiene tantos hallazgos como carencias en sus búsquedas estéticas, en su estructura y en su(s) tono(s) narrativo(s).

En principio, la elección de los dibujos originales (sencillos, artesanales y al mismo tiempo muy expresivos) de Roberto Fontanarrosa es un gran acierto, mientras que también son vistosos los fondos pintados al óleo. Sin embargo, la integración entre la animación de los personajes y esos paisajes fijos no termina de funcionar del todo en el terreno estéticos ni en términos dramáticos, ya que la fusión entre ambas dimensiones genera un efecto de gran artificialidad (por momentos cercano al de una obra de títeres) que conspira contra la credibilidad y la conexión emocional con el relato.

La historia, por su parte, está contada con inteligencia y gran dignidad. Por un lado, el Martín Fierro es, sin lugar a dudas, el gran western argentino y esa iconografía está muy bien trabajada, al igual que la mirada revisionista sobre la conquista del desierto y la lucha contra el indio. Otro logro no menor es la muy buena dirección de actores, a cargo de Claudio Gallardou (que se reserva, además, uno de los personajes). Desde el Martín Fierro, al que presta su voz Daniel Fanego, hasta el último personaje secundario, se percibe aquí un bienvenido intento de alejarse de la pompa y la solemnidad en las que suele caer tanto la animación como la mirada histórica en el cine argentino.

Una de las incógnitas principales que genera la película, más allá de sus innegables atributos, es a qué público ( target , dirían los publicitarios) está dirigida. Esta versión de Norman Ruiz y Liliana Romero no funciona en sus intentos de conectar con el público infantil (es muy pobre la elaboración del comic relief , esos personajes delirantes o momentos de humor que tan bien trabaja la animación hollywoodense), aunque, quizá, pueda sintonizar mejor con niños en edad escolar acompañados por padres o maestros.

Pero, más allá de los apuntados logros y problemas tanto en su aspecto creativo como en los medios de producción disponibles, lo más importante de este nuevo Martín Fierro pasa por la nobleza con que fue concebido y concretado. Una película que no se burla del espectador ni lo desprecia. No se trata, por cierto, de un mérito menor.