Nacido el 7 de abril de 1972 en Buenos Aires, Zaramella es egresado del Instituto de Cine de Avellaneda como Director de Cine Animado. Produce cortos independientes a partir de 2000, cuando él y su esposa, la artista Silvina Cornillón, iniciaron una colaboración que ha dado lugar a obras que le han valido, por dos años consecutivos, el premio al Mejor Corto del Año que otorga el Instituto de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), entre otros premios. De hecho, su penúltimo trabajo, Viaje a Marte (2005), realizado en colaboración con el guionista Mario Rulloni, tiene ya más de 45 lauros internacionales.
Cuando lo conocí, el pasado diciembre en La Habana, mientras participaba invitado en Cuba como jurado del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, lo saludé como a un viejo conocido. Viaje a Marte me había parecido uno de los ejemplos que mejor expresan la mirada inocente y la búsqueda incesante de lo imposible en el animado latinoamericano. Tuve que pedirle me concediera una entrevista. Y, pese a que ha estado ocupado ganándose la vida con esos encargos que cortan el resuello, lo que sigue es el resultado de nuestro diálogo.
Insistes en considerar al cortometraje como un gran género por derecho propio. ¿Qué posibilidades creativas consideras que tiene? ¿Es desaprovechado por los realizadores?
El corto es una forma de cine que parece relegada exclusivamente a estudiantes y directores en formación, y poco cultivada por realizadores consagrados. Para mí el corto es una forma de cine ideal para el realizador independiente. Desde el lado financiero, una película corta puede ser tan económica como uno desee, no necesariamente tiene que ser una superproducción. De esto también se desprende que es más fácil experimentar en un formato tan accesible, ya que el corto carece de las presiones que puede haber en el proceso de realización de un largo. Es un formato ideal para experimentar cosas que quizás uno nunca se atrevería a probar en un largo.
¿Puedes resumirme los aportes que a tu carrera hace trabajar en publicidad y para el diario Clarín?
Con la publicidad me pasa algo muy interesante, que es la posibilidad de hacer cosas que de otra forma uno nunca hubiera hecho si no hubieran sido por encargo. Tengo la suerte de poder decir que estoy satisfecho con un buen porcentaje de los comerciales que hice. Uno se encuentra ante un desafío diferente ante cada trabajo, y con la necesidad de llegar hasta las últimas consecuencias con un resultado positivo. El lado menos grato de la publicidad son los tiempos de trabajo: uno tiene que trabajar contra reloj, y eso puede ser muy desgastante.
Mi trabajo en Clarín me ayudó a desarrollarme como ilustrador y diseñador. Además, fue muy interesante haber trabajado en Infografía, que era un lenguaje nuevo para mí. La infografía me obligó a pensar en el camino más práctico y claro de presentar una noticia en imágenes, y creo que de alguna forma ese método de trabajo terminó incorporándose a mí, y hoy lo aplico a otras áreas, como el cine.
Mencionas la importancia que le otorgas a la narración por encima del mensaje. ¿Acaso no te propones transmitir algo en tu obra? ¿Cuál sería el objetivo de esa narración que privilegias?
Es así de simple: para decir algo con eficacia, lo primero que hay que pensar es qué palabras uno va a usar para que el mensaje sea comprendido. No es que no me importe transmitir ideas, y creo que eso es algo casi inevitable. Pero a veces me molesta un poco cuando se exige al cine "contenido" o "mensaje". Eso es una manera de imponer una limitación a cualquier forma de arte. Una película que tan solo sea entretenida puede ser válida si está resuelta con inteligencia. A veces parece haber una obsesión por parte de los directores por cambiarle la vida al espectador con alguna revelación ética o moral, y el mensaje nunca garantiza la calidad de una película. Si uno puede incluir en su trabajo una lección de vida o algo así, buenísimo, pero no creo que sea una necesidad del arte.
No descartas el didactismo, como en Sexteens, pero tampoco puedo asegurar que escojas al niño como interlocutor. ¿A qué público diriges tu discurso? ¿Piensas en si van a ser obras "para adultos" o "para niños" ante cada corto?
Bueno, el caso de Sexteens es claramente un corto con mensaje. Es más, su razón de ser es el mensaje, ya que fue realizado por encargo de una fundación que se ocupa de la lucha contra el VIH-SIDA. Pero es la narración la que hace que el mensaje llegue en forma clara. La eficacia de ese corto dependía de cuan bien se transmitiera la idea, ya que había que divulgar la prevención del VIH SIDA a públicos de diversas culturas y estratos sociales.
Creo que nunca pensé un corto para un público en particular. En general me pregunto eso cuando termino los trabajos, pero no es algo que me preocupe. Lo que siempre intento, y eso es una constante cuando trabajo tanto en mis cortos como en trabajos por encargo, es tratar de usar un lenguaje lo más universal posible.
¿Cuál es el proceso que sigues de lo abstracto a lo concreto, de la idea a la imagen, durante la concepción y realización de un corto de animación?
En el caso de los cortos, trato de que el proceso se vaya dando de la forma lo más natural posible, sin forzar las cosas, tomándome mi tiempo para pensar las posibilidades. En general me manejo mucho con la intuición. Uno siente que debe hacer las cosas de un modo determinado porque sabe que de esa manera las va a poder hacer funcionar. Otra cosa que hago es buscar en la historia que estoy escribiendo o que voy a animar los puntos que más me apasionen y entusiasmen, y ese va a ser el motor de la realización: el deseo de ver esa película concretada.
Dices partir de "una buena idea" como el alma de la película. ¿Qué es para ti una "buena idea"? ¿Qué ingredientes debe tener la misma?
Es muy difícil de decir, porque siempre trato de hacer películas bien diferentes una de otra. Mi último corto, Lapsus, no tiene nada que ver con Viaje a Marte, el anterior. Yo creo que es un parámetro muy personal, es una historia que potencialmente represente la forma en que uno se expresa.
¿Qué ventajas trae la producción independiente en el contexto actual de la Argentina, y en el de la animación en particular?
En lo que refiere a mis cortos, la ventaja es la libertad al crear. Si uno se ve a sí mismo como un autor dentro de la animación, hay pocos caminos fuera de la independencia, ya que los estudios grandes del país no quieren arriesgarse a probar nada. Entonces, terminan haciendo películas que imitan a Disney o a Pixar, como si eso garantizara el éxito. En mi caso, no puedo decir que viva de mis cortos, aunque cada tanto los vendo por el mundo. Pero me sirven para demostrar lo que puedo hacer creando con libertad; entonces son la mejor publicidad para mi trabajo. Gracias a mis cortos, cuando trabajo en publicidad puedo contar con la confianza de quienes me encargan un comercial.
Este trabajo, afirmas, no da para vivir. ¿Por qué hacerlo entonces? Si se tratase de una necesidad urgente de expresión, ¿qué quieres expresar en tu obra?
No, hacer cortos no da para vivir, los hago porque me apasiona hacerlos. Y lo que quiero expresar creo que va variando con cada proyecto. A veces entre el final de un corto y el comienzo del siguiente proyecto pasan muchos meses, en los que los objetivos pueden ir cambiando.
¿Qué importancia concedes al diseño de personajes y decorados en general en tus cortos? ¿Sigues un precepto, estilo o técnica particulares a la hora de emprenderlo?
La importancia es total, ya que el cine es un arte visual, y dentro del cine la animación es como un arte plástico en movimiento. Siempre trato de encontrar para cada corto la estética más adecuada para la historia. En Viaje a Marte, con Silvina, mi mujer, que trabaja en las maquetas, buscamos trabajar mucho las texturas de los escenarios para que remitieran a la época en que transcurre el corto. Por otro lado, quisimos que ese universo tuviera la inocencia del mundo real visto desde los ojos de un niño. Nos esforzamos mucho para transmitir eso desde lo visual, porque sabíamos que así estaríamos logrando una base importantísima para apoyar esta historia tan relacionada con la infancia y la fantasía, temas que podían desembocar fácilmente en lugares comunes y el corto hubiera perdido eficacia.
¿De dónde partió la idea de usar espuma de látex en Viaje a Marte? ¿Qué ventajas ofrece trabajar con ese material?
La espuma de látex te permite animar más rápido que si trabajas con muñecos 100 % hechos de plastilina, ya que uno tiene que retocarla todo el tiempo. De todas formas, las caras y los brazos de los personajes las mantuvimos de plastilina.
Y a propósito, ¿por qué te atrajo la anécdota de Mario Rulloni como idea para hacer tu corto Viaje a Marte?
Me pareció perfecta, sintética, y además, porque es una analogía perfecta de lo que es cualquier arte dramático, con el tema de la suspensión de la incredulidad. Y proponía el desafío de desarrollar un personaje a lo largo de su vida en pocos minutos. Cuando Mario me contó su historia, pasé varios días pensando en cómo convertir esa anécdota al lenguaje de la animación. Hasta que se me ocurrió llevar a los personajes a Marte, un lugar imposible. Volví a hablar con Mario para comentarle las nuevas ideas y él también se enganchó. Así que a partir de ahí empezamos a escribir versiones, hasta que llegamos a un guión redondo y del que estamos muy orgullosos. Hoy en día, todavía creemos que Viaje a Marte podría adaptarse muy bien al formato del largometraje, pero es muy difícil pensarlo después de haber hecho un corto que funcionó tan bien con la crítica y el público. Quizás sea mejor dejar las cosas ahí y seguir adelante.
¿Qué opinión te merece el estado actual de la animación argentina?
Hablando de la animación independiente, todavía es temprano para juzgarla, ya que recién está empezando a desarrollarse. Todo indica que está creciendo, muy de a poco pero crece, ya que lentamente están apareciendo animadores nuevos con propuestas válidas, en gran parte gracias al hecho de que la tecnología se volvió más accesible en los últimos años.
Por otro lado, está la animación comercial, los largometrajes que tratan de imitar a Disney o a Pixar, creyendo que en la emulación está el secreto del éxito. Y la realidad es que a veces recaudan dinero y a veces lo pierden. ¡Disney también tiene fracasos! No puedo pedir que una película pensada con el objetivo de ser estrenada en vacaciones y ser un éxito de taquilla corra grandes riesgos, pero creo que deberían confiar un poco más en los artistas. Si hubiera algo más de pasión en los guiones, en la creación de personajes, en las voces, el producto crecería y funcionaría no solo en forma inmediata, sino a largo plazo, como los clásicos del género.
¿Cuáles son tus influencias más claras? ¿Rindes homenaje a algún creador, estilo o escuela en particular? ¿Con quienes de los creadores de la animación contemporánea te sientes conectado?
Mis influencias son muchas, y están tanto dentro del cine animado como del de actores. Dentro del mundo de la animación, el más grande de todos es Norman McLaren, un experimentador incansable, un genio total. Su influencia más clara en mí es el corto El guante. Como animador stop-motion, Nick Park me parece genial, demostró que se puede ser popular y tener mucha personalidad. Me gusta el humor de Bill Plympton y Don Hertzfeldt. Michael Dudok de Wit me gusta mucho. Hayao Miyazaki hizo los mejores largos animados de los últimos años. Hay muchos animadores, muchos cortos que de alguna forma me influyeron, y no todos son necesariamente geniales. Siempre me gustó el cine de Terry Gilliam, tanto como animador que como director de cine de actores. Stanley Kubrick es el mejor cineasta de todos los tiempos, no puedo cansarme de ver sus películas, no sé de qué manera pueda influirme, pero estoy seguro que lo hace. Me parece brillante Fellini cuando trabajaba los decorados en estudios. De los nuevos directores me gustan Spike Jonze y Michel Gondry, gente que viene del videoclip y que pudo llevar algo de ese lenguaje al cine sin caer en la sobrecarga estética. Me gusta Jared Hess como director de comedia, hace un excelente trabajo de personajes. Del cine argentino, mi película favorita en muchos años es El Aura, de Fabián Bielinsky. La lista puede ser interminable, y los favoritismos pueden cambiar día a día.
¿Te parece que el horizonte para la animación es hoy promisorio, tras romperse la cerrada esfera de consumo y de temas y tratamientos a que siempre estuvo sometida?
No se puede saber bien qué va a pasar, no creo que el panorama cambie demasiado. Las películas animadas de vacaciones van a seguir existiendo siempre; pero a veces es mejor olvidarse de la tendencia y seguir haciendo las cosas de la forma que uno cree. Miyazaki, o Tim Burton lograron imponerse por encima de las reglas del negocio de Hollywood gracias a la aceptación del público. Eso es lo bueno en medio de este panorama, cada tanto se infiltra un artista en el medio para romper los esquemas del éxito y hacer que la cosa se mueva aunque sea un poco.