“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA
  • Nuestro Día de la Independencia
    Por Luis Ormaechea

    Desde los inicios del cine de animación, uno de los desafíos mayores de sus realizadores ha sido lograr la interacción de los “dibujos animados” con personajes “reales”. Con gran esfuerzo, tanto para ellos como para los actores, se han producido films tan exitosos como Invitation to the Dance (Gene Kelly, 1956) o la más reciente ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Robert Zemeckis, 1988). El cine argentino también forma parte de esta historia, gracias a Dibu. Este niño, surgido de la serie televisiva “Mi familia es un dibujo” (título caprichoso si los hay, porque él es el personaje “dibujado”, mientras su familia está compuesta por actores), llega por tercera vez a la pantalla grande (las entregas anteriores datan de 1997 y 1998).

    En esta ocasión, nuestros vecinos, los marcianos, están cansados de que los terrestres usemos su planeta como basurero nuclear. Tras el fracaso de las negociaciones, han decidido devolvernos de una sola vez todos los residuos radioactivos enviados anteriormente. El primer aviso llega a nuestro país un día cualquiera: sólo quedan muy pocas horas para el arribo de la flota marciana que trae consigo el fin de la vida terrestre. El Presidente de la Nación convoca, por medio de una teleconferencia, a los líderes mundiales. Debido a lo apremiante de la situación, ninguna potencia tiene la capacidad de enviar una nave al espacio con fines defensivos o parlamentarios. La única esperanza de la humanidad es argentina: reflotar el proyecto Doxon.

    El profesor Doxon (Alejandro Awada) es un científico que inventó un dispositivo capaz de materializar cualquier diseño que se haga en su computadora. Gracias a él, se puede construir una nave espacial en pocos minutos. El problema es que este cohete, creado a partir de un diseño electrónico, sólo puede ser tripulado por un ser virtual. El candidato ideal es Dibu, el pequeño hijo “animado” de la familia Medina. Él es el responsable de llevar un mensaje de paz al Consejo de Ancianos de Marte y salvarnos de la hecatombe.

    Tomando situaciones y personajes de muchos exitosos films y series de televisión, los guionistas pergeñaron un pastiche difícil de digerir. Para justificar la apariencia de “científico loco” del profesor Doxon –y que no parezca una burda copia de su colega de Volver al futuro–, una breve escena inicial nos cuenta que, tras el fracaso inicial de su proyecto, se gana la vida como “estatua viviente” de Mozart en una plaza. Agreguemos a la imagen del músico reproducida en el film Amadeus (Milos Forman, 1984), una cabellera blanca y unas antiparras en la frente y obtendremos al “original” Doxon.

    No obstante, lo que adquiere ribetes siniestros es el reciclado de situaciones propias de productos audiovisuales estadounidenses pertenecientes al género de ciencia ficción. Si en aquellos resulta verosímil que, ante una amenaza a la seguridad nacional, se convoque a las fuerzas militares para encontrar una solución, esto mismo tiene otras connotaciones en nuestro medio. De acuerdo a Dibu 3, nuestro país aparece gobernado por una alianza cívico-militar y los desarrollos científicos y tecnológicos están bajo la custodia de un grupo de soldados “carapintadas”. La relación que establece el niño con los adultos se basa en la verticalidad propia de las fuerzas armadas y, a pesar de tratarse de un civil, se comporta y es tratado como un soldado. Un futuro nada auspicioso es el que imaginaron sus guionistas.

    Ya que hablamos de verosimilitud y de “citas”, no podemos dejar de mencionar la intertextualidad con el film Día de la Independencia (Roland Emmerich, 1996). En éste, ante la amenaza extraterrestre, el presidente de los Estados Unidos se hace cargo de la defensa de todo el planeta y, tras una heroica victoria, dirige un mensaje a todas las naciones del mundo. Si esto resulta creíble viniendo de una de las mayores potencias militares, no sucede del mismo modo adaptando la situación a nuestro medio. Si el destino de la humanidad está en manos de Dibu o de los políticos argentinos, nuestras simpatías están depositadas en los invasores marcianos.



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