En el ámbito que propicia la Feria del Libro de La Habana, en esta ocasión dedicada a Venezuela, y aún en los resonadores de la sensibilidad las palabras, de hondo calado latinoamericanista y caribeño, pronunciadas hace tan solo unas horas por el presidente Chávez en el corazón de la ciudad, estamos inaugurando, como quien dedica una fiesta al amigo entrañable, una muestra retrospectiva de la obra del más significativo cineasta venezolano: Román Chalbaud.
La profesión del cine latinoamericano, para los que hemos tenido el singular privilegio de dedicarle una parte importante de nuestras vidas, ha sido acompañada por una mística que es poética, que es ideología creativa, y en ese discurrir de la pasión y el arte, para acompañar la tragedia y la alegría de un continente y sus Islas, la maravilla de sus identidades, esa mística, esa poética que ha alentado el sentido de nuestras vidas, nos ha permitido conocer y aprender a admirar y a querer amigos, más que amigos hermanos, en quienes devoción y maestría artística han sido inseparables del compromiso con la búsqueda incesante de la justicia. Los cineastas cubanos hemos tenido el estímulo que siempre ha sido la cercanía, la consecuencia y la solidaridad invariable del Maestro del cine venezolano y latinoamericano a quien hoy rendimos este sincero homenaje, nuestro querido Román Chalbaud.
Decía en alguna ocasión Federico Fellini: “Creo que hay un solo film para cada realizador, del mismo modo que hay un solo libro para cada escritor, al igual que, en definitiva, hay una sola vida para cada uno de nosotros. De vez en cuando, de forma intermitente, sucede que se entabla contacto con un aspecto, con una parte de ese film”.
En el centro del universo chalbaudiano está Caracas, y tanto su teatro —Román es, sin dudas, uno de los tres clásicos del teatro venezolano contemporáneo— como en toda su filmografía viven, se revelan, invitándonos a conocerlos, a dialogar con ellos, a comprender las circunstancias que los crean más allá del imaginario inagotable del autor, personajes que Román revela, y a la vez inscribe, en el imaginario popular venezolano.
Un cine que parece realizado por alguien que hace cine para defenderse, para defender a su gente venezolana, para defendernos en fin, de las ofensas de la vida. La vida de los marginados, de los preteridos, las víctimas y los victimarios de una sociedad sórdida y desangelada que, en Venezuela, hoy comienza a transformarse para bien de los de adentro, los más, los de los cerros, colocando a Román y a su obra en el centro del huracán transformador.
De todo esto podríamos preguntar a Juana y a su hijo Juan, los personajes de Caín Adolescente, la primera película de Chalbaud, (de 1959) quienes llegan, como tantos, procedentes del campo a la ciudad en busca de mejor vida, y viven en uno de los cerros que circundan Caracas.
El signo metafórico que alude a un país como un burdel con nombre surrealista, El pez que fuma (1977), la célebre película de Chalbaud —película de culto en cinematecas de muchos países— que alguna vez hizo exclamar a nuestro Humberto Solás: “Chalbaud, usted ha sido tocado por el dedo de la mano de Dios”, legitima el valor permanente del arte para escudriñar en el fondo de la sociedad y de las gentes, las zonas oscuras que alguna vez se convertirían en las razones de una gran necesidad de cambio, de una gran acción para lograrlo, es decir lo que hoy es, en Venezuela, la Revolución Bolivariana.
Quizá, en Pandemónium, la capital del Infierno (1997) la revuelta popular que Chalbaud nos muestra hacia el final del filme es una suerte de profecía, de lo que luego ha venido ocurriendo con el apoyo mayoritario del pueblo venezolano al proceso revolucionario y al liderazgo del presidente Hugo Chávez. Hoy veremos su más reciente filme: El Caracazo. Así, una y otra vez, siguiendo los ejes de la obra de Chalbaud encontraremos las claves de un autor que ha sido y sigue siendo, desde su amada Venezuela, consecuente con sus principios artísticos y éticos, y con la ideología creativa que ha substanciado lo mejor de las poéticas del Cine Latinoamericano.
Una fría tarde en Villarben, un pequeño pueblo del sur de Francia, muy cerca de Lyon, aquel sitio providencial donde la familia Lumiére inventó finalmente el cinematógrafo, acompañaba yo a Román Chalbaud, disfrutando de su fresco y culto sentido del humor, cuando el Maestro se detuvo ante una pequeña figura de ángel que le miraba, con picardía y ternura. Adquirido a buen precio, envuelto el ángel de cristal y de regreso al hotel, me contó Román de su espléndida colección de ángeles, la que cubre algo más que la pared de una de las habitaciones de su apartamento caraqueño. Desde hace muchos años Román colecciona ángeles. Pero los amigos cubanos que le conocemos, admiramos y queremos, cuando escuchamos de su experiencia generosa, cuando apreciamos la bondad en su mirada y en su trato, sencillo, afectuoso, y cuando descubrimos la ternura, quiero decir la humanidad, con que ha dibujado incluso alguno de sus personajes más amargos, enajenados o crueles, comprendemos esa singular afinidad de Román Chalbaud con los ángeles; y es que Román es, para nosotros sus amigos y hermanos cubanos: “el gran angelote del cine venezolano”.
Cuenta Román que a los 5 años escribió su primer texto: una carta de amor a una compañerita de estudios. Decía: “Te quiero”. Y fue un escándalo. La profesora mandó a llamar a su madre y nadie pudo discernir si lo que él había hecho era malo o bueno. No lo ha olvidado.
Román, esta noche los cineastas y el público cubanos, queremos decirte cuán buena y agradecida ha sido la presencia de tu obra en el cine de Venezuela, y en el inspirado anticipo de la Patria Grande que ha sido el Nuevo Cine Latinoamericano. Por eso esta Muestra de tu obra, con la mirada puesta en lo que ahora, más que nunca, podremos hacer el cine de Venezuela y el cine cubano.