Acosados por las cámaras, Gael García Bernal y Diego Luna encontraron la sala Taganana del Hotel Nacional de Cuba abarrotada de gente ansiosa por recibirlos. El acoso de los artistas es algo que aquí no se ve mucho. Tal vez ni ellos mismos lo esperaban, a juzgar por la cara de sorpresa con que miraban aquella reunión tan poco íntima. Quizás por su amistad, quizás por ser dos actores que acaban de dirigir su primer largometraje, quizás solo por jugar, resolvieron responder a dúo a todas las preguntas y estar de acuerdo en todas sus repuestas.

Diego Luna abrió la charla comentando su primer largometraje documental, J. C. Chávez, que concursa en esta 29 edición del Festival de La Habana. Se trata de la historia de uno de los más grandes boxeadores mexicanos, ya olvidado, pero famoso en sus tiempos de gloria. Diego no solo pretendía rescatar el recuerdo de Chávez, apoyado por entrevistas e imágenes inéditas del boxeador, sino tratar otros asuntos menos deportivos, pues quiso servirse del boxeo para explicar a su país.

Según él, los mexicanos son malos en los deportes estratégicos, porque les cuesta proyectarse una idea y desarrollarla hasta el final. En cambio, son mejores en el boxeo, pues el sentido de ese deporte consiste en tratar de sobrevivir, y eso en México todo el mundo lo sabe hacer. El interés de Diego de llevar al cine el deporte es casi extradeportivo, pues ve en esta actividad algo perfecto en sí mismo, y no tiene mucho que añadirle. En cambio, el cine está lleno de accidentes, entre los cuales el deporte es solo uno más, y lejos de ser una realidad manifiesta, es necesidad de explicar y definir nuevas realidades.

Lo mismo cree Gael García Bernal, cuya cinta Déficit debuta en Cuba fuera de competencia. Gael confesó haber hecho su ópera prima para homenajear a su generación, que se crió marcada por la palabra “déficit”, y por carencias emocionales, afectivas e identitarias, causa de que muchos creadores mexicanos no logren lo que se proponen. Afortunadamente, hoy en México existen referentes que antes no había y los temas se han diversificado, pues van desapareciendo los prejuicios que condenaban a los cineastas latinoamericanos a no tratar otra cosa que la realidad de sus países y a no realizar un cine de calidad formal, que fuera identificable con cinematografías más poderosas. Se va suprimiendo la tiranía del contenido sobre la forma, y los cineastas son más independientes para elegir sus temas. Hoy el cine latinoamericano apuesta finalmente por la calidad formal, la disciplina y el rigor técnico, y los temas de las películas son más universales.

Además, el actor de Amores perros reconoció que hoy en México hay más dinero que nunca para hacer cine y que el freno está en la falta de leyes que protejan la creación cinematográfica, la producción, la distribución y la exhibición. Pero en su opinión, lo que más incumbe ahora es contar historias que puedan llevarse al cine.

Finalmente, ambos cineastas coincidieron en que convertirse en directores fue una decisión irresponsable, pues se encontraron con que la realización es mucho más compleja que la actuación. Dirigir supone muchísimo más trabajo y dinero, pero sobre todo más tiempo. Y ellos quieren dirigir sin prisa, pues ven en la dirección una experiencia personal, un ejercicio de introspección que no debe ser entorpecido por el apuro de las casas productoras. Para evitarlo, confesaron haber creado no hace mucho su propia empresa de producción.