Hace más de una década, el realizador brasileño João Moreira Salles dedicó cinco días a entrevistar a Santiago Badariotti Merlo, un hombre excepcional que fue mayordomo de su casa de infancia. Con la idea de hacer un documental, la película resultante durmió olvidada hasta que un día el realizador decidió volver al material. Santiago (2007), participó en el 29 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, en competencia dentro del Concurso Documental. Sobre el mismo conversé con su director.
¿Por qué después de trece años decidiste retomar el material filmado y hacer este documental?
Yo estaba en un momento de crisis personal, profesional, de la edad. Pensé que tal vez organizando el material, que tenía que ver con mi infancia, mi familia, la casa en que crecí, podría tal vez conseguir dar forma a la confusión que pasaba. Pero el material era prácticamente nuevo para mí. En todos esos años no lo había visto siquiera, estaba guardado. Entré a la isla de edición, no con la idea de hacer una película, sino de armar algo solo para mí, que me ayudase a superar la confusión general. Le dije esto a Eduardo Escorel, quien es un gran amigo y editor de películas de Glauber Rocha. Así que el documental se construyó con absoluta libertad, sin pensar en que se iba a exhibir.
¿Qué descubrió en ese proceso?
Muchas cosas. En primer lugar, reaprendí a montar un filme. Éramos tres editores, de generaciones diferentes. Empezamos con pequeñas secuencias de dos o tres minutos sobre el proceso de filmación, con situaciones distintas, casi como comentarios sobre cómo iba a hacer el documental original. Después me di cuenta de que yo también era personaje del filme; así que era imposible hacerla sin incluirme. En el material original, mis intervenciones, con mi voz, no existían; solo estaban las transcripciones. Y dudé mucho antes de incluir mi primera persona en la narración. Tras un mes y medio de montaje, me di cuenta también de la relación de poder, de clase. La relación no era solamente entre director y personaje, sino además entre patrón y empleado.
Pero este documental trata acerca del tiempo…
El tiempo es crucial aquí en varios sentidos. Por un lado, el material ha esperado muchos años para ser tocado. Luego, la materia principal de Santiago, sus pensamientos, su vida, es tiempo, casi como un personaje de Borges… esa idea de intentar retener el tiempo a través de la memoria. Y está la idea de la muerte, algo que cuando se tienen treinta años no se piensa, y es como una abstracción; pero con cuarenta, era un problema para mí. Y el tiempo hizo cosas al material, como provocar la pérdida de partes de la imagen y de instantes del sonido.
¿Qué opinión tienen sus hermanos del documental?
A mis hermanos les gusto mucho. No le dije a nadie que estaba haciendo la película, y un día ya estaba hecha. Yo creía que era una película para mí y para mis hermanos, no era una película para los otros.
Si Santiago estuviera vivo y fueras a hacer este documental hoy, ¿lo hubieras concebido de manera diferente?
Doy gracias a Dios por no poder volver a filmarlo, porque lo hubiese hecho con algo más de gentileza, más consciente de la relación de poder. Probablemente, el resultado no sería entonces tan impactante. Santiago está tan vivo en pantalla a causa de esa ambigüedad, de esa tensión que no estaba bien explicada. Lo que se puede desear de un personaje es que sea memorable, que esté bien vivo en la pantalla. Y esta película ha sido hecha sobre la sombra de esa tensión de clase.
¿Qué ha sido de las treinta mil páginas con los apuntes que Santiago le dejó al morir?
La casa donde crecimos, y que estaba abandonada, se ha convertido en un centro cultural abierto al público. Allí, las páginas pueden ser consultadas. Ellas no tienen interés en sí, pues son transcripciones de enciclopedias y otros libros. Lo que considero bello es el trabajo de Santiago, un trabajo inútil, pero que ha dado sentido a su existencia. Él hacía esto, como mismo dice en el documental, igual que los antiguos copistas, con la idea de que recordar a las personas las mantiene vivas. De cierta manera, fue eso lo que intenté hacer con Santiago.