Tras contarnos una historia urbana en Partes usadas (2007), el mexicano Aarón Fernández aborda en su segunda película, Las horas muertas, una historia de amor imposible que acontece en un motel de carretera situado al borde de la desolada costa tropical en el estado de Veracruz. Sebastián, un joven de 17 años, recibe la solicitud de su tío de hacerse cargo por unos días de ese establecimiento con diez habitaciones donde los clientes acuden a entregarse durante un rato a la lujuria, al amor y a la pasión.

Entre los asiduos al negocio de su tío se encuentra Miranda, mujer de 35 años que trabaja como corredora de inmuebles en la zona y que acude ocasionalmente al motel con su amante Mario, quien siempre llega tarde al encuentro amoroso por lo que Miranda tiene que esperarlo. Durante esos tiempos muertos, Sebastián y Miranda se conocen e irán estableciendo lazos a pesar de que en el fondo saben que su historia es pasajera.

La instalación hostelera está situada en un lugar de paso, con una carretera muy frecuentada delante, y cerca del mar. “Las horas muertas” fue rodada en una época de inclemencias climáticas con repetidos e intermitentes vendavales y lluvias, aunque ese establecimiento no tiene aspecto sórdido ni inhóspito.

Las horas muertas, filmFernández opta por ponernos en situación para que nos ubiquemos bien en el lugar durante una primera parte de la película más sosegada, como si quisiera señalarnos el paso del tiempo, para que una vez que conocemos todos los elementos que conforman el engranaje de esta historia, avancemos por el terreno de esa relación utópica entre dos personas que coinciden en su presentimiento de que pueden aminorar su galopante soledad, tratando de aprovechar esos tiempos vacíos y apagados en los que no se sabe qué hacer.

Todo el mosaico que se ha ido construyendo a partir de esa acumulación de situaciones que el realizador nos ha ido dosificando, con un dominio espléndido de lo que es el relato fílmico, haciendo que participemos como espectadores con nuestras propias hipótesis, permite que si hemos logrado encajar las piezas, notemos una segunda mitad mucho más dinámica e interesante que la primera. Y si lo repensamos bien, caemos en la cuenta de que era necesaria la primera para que comprendiéramos la segunda.

Trabajar el cine de esta manera siempre conlleva el riesgo de que un determinado porcentaje de espectadores no logre acoplar todas la piezas a tiempo y según avance el relato tenga problemas para enlazarlo todo, aun tratándose de un film presentado desde la sencillez sobre la coincidencia de dos personas que buscan sanar sus respectivas carencias de relaciones satisfactorias. De todas formas, la película tiene a su favor que es una historia muy centrada en unos personajes que se acaban encontrando sin que se planteen el porqué ni el cómo de esa situación y en un espacio de discreción apartado de la vista de conocidos, punto que cobra más importancia cuando ocurre fuera de las grandes urbes, en zonas donde casi todo el mundo se conoce.

Sobre los protagonistas, el actor Kristyan Ferrer ha participado en filmes como El Infierno, Días de gracia, Tercera llamada o Besos de azúcar, y la actriz Adriana Paz en, por ejemplo, Rudo y cursi, además de que ambos son conocidos por los televidentes mexicanos en virtud de su aparición en varias telenovelas. La película inició recorrido por festivales de cine, premio a la mejor actriz y una mención especial del jurado en Morelia, y en el Festival Internacional de Cine de Tokio (Japón) consiguió el Premio a la Mejor Contribución Artística, dotado con cinco mil dólares.