La argentina Celina Murga compite por el Oso de Oro con una película que contempla, a través de la mirada de una de sus víctimas, la insostenible vida cotidiana en una familia disfuncional.
Todo empieza in medias res y, como bien sabe hacer el cine argentino, La tercera orilla, de Celina Murga, pupila de Martin Scorsese y de varios fondos europeos (entre ellos, el World Cinema Fund de Berlín), nos lleva de la mano por la vida cotidiana de una familia prestando especial atención a las situaciones y a los personajes y poniéndonos en guardia para captar sus percepciones y emociones.
No es que la situación esté clara desde el principio: pensamos que estamos ante una simpática familia sin problemas (cuatro críos que juegan y sus padres que se aman) pero, cuando vemos al padre marcharse con uno de los hijos, notamos que algo no encaja. Esto es así porque Jorge (Daniel Veronese), a quien sus hijos llaman, por cierto, por su nombre de pila, lleva una doble vida, con dos mujeres distintas. No sabemos realmente en qué medida éstas aceptan la existencia de la otra ni qué piensan los hijos de todo esto, pero sentimos claramente que la situación provoca a todos cierto malestar; a todos salvo a Jorge, que va y viene tranquilamente entre sus dos hogares y sus distintas actividades (también tiene dos trabajos: médico y propietario de un rancho).
El personaje que más nos interesa es el hijo mayor, Nicolás (Alián Devetac), cuya mirada silenciosa disecciona permanentemente la cámara (además de la infancia, la mirada es, sin duda, otro de los motivos recurrentes de la competición oficial de la Berlinale este año). Nicolás sabe que su madre llora a veces sola en su habitación y siente el deber de vigilar y proteger tanto a ella como a sus hermanos y hermana, dado que el padre está mayormente ausente, aunque piense que está llevando todo de maravilla; pues, por mucho que distribuya y reparta bien el dinero en sobres entre todos, se olvida de la Quinceañera de su hija (y eso que se trata de la fiesta de cumpleaños más importante en la vida de una joven sudamericana), pero ¿qué cabe esperar de un hombre que pega en su todoterreno una pegatina anunciando que no conduce cuando bebe, cuando no se da el caso?
En tanto que Nicolás trata de remediar algunas negligencias del padre, éste último lo invita a seguir su camino, en el hospital, en el rancho y en los bares donde hay mujeres fáciles, pues para Jorge eso es ser un verdadero hombre, mientras que a Nicolás le asquea la idea de dárselas de mujeriego junto con su padre. Entre ambos papeles absolutamente incompatibles en los que se ve metido sin comerlo ni beberlo y que lo llevan a una forma de vida que detesta, el joven protagonista afrontará una coyuntura tan imposible y "solitaria" que terminará optando por una tercera vía: La tercera orilla.