El atribulado protagonista intenta también conectarse afectivamente (con una expareja) y sexualmente (con una prostituta), pero en su interior este muchacho demasiado contenido e introvertido no puede alcanzar “la paz” a la que alude el título (también tiene una connotación geográfica que se entenderá apreciando el filme). Solo le quedará a Liso, por lo tanto, estallar, rebelarse a su manera y huir (no conviene anticipar detalles de lo que ocurre en la segunda mitad de la narración).
Loza apuesta una vez más por un cine austero, por momentos casi minimalista, para construir un melodrama de cámara, intimista, atmosférico, en el que las observaciones y los pequeños gestos adquieren más valor que la palabra (los diálogos son más bien escasos).
La cámara siempre atenta y precisa de Iván Fund, y -claro- la rigurosa puesta en escena del director, nos permiten seguir el derrotero interno y externo de Liso. Loza lo retrata con honestidad y respeto, quizás por momentos con un poco de sequedad y frialdad (el realizador jamás cae en la demagogia, el subrayado o el exceso), pero incluso en su bienvenida contención y pudor el film ofrece algunos momentos en los que surgen rasgos de alegría, de liberación y de genuina emoción.