“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Cielos de Medellín
    Por Miguel Laviña Guallart

    Los ecos de un enorme éxito en Colombia, donde arrasó en taquilla, y su nominación en la edición de los Goya a la Mejor Película de Habla Hispana, precedieron el estreno de esta coproducción en las pantallas colombianas. Rosario Tijeras toma el nombre de su protagonista, una especie de buscavidas sumergida en los submundos de prostitución, droga y delincuencia en el convulso Medellín de 1989, a la que sigue en un trágico recorrido por estos infiernos, durante unos años especialmente oscuros por la intensa actividad de los cárteles del narcotráfico.

    Basada en una popular de novela del mismo nombre de Jorge Franco, ha sido el realizador Emilio Maillé, en su primer largometraje, el encargado de la adaptación, junto al guionista argentino Marcelo Figueras. Vibrantes precedentes como La virgen de los sicarios, de Barbet Schroeder han buceado por realidades similares, incidiendo en los devastadores efectos que estos conflictos han generado en una población que durante años ha soportado insurgencias, guerrilla y crimen organizado. En esta ocasión, los responsables han optado por un mayor hincapié en la parte melodramática del texto original, en detrimento de sus atractivas posibilidades a la hora de analizar el turbulento entorno social o político que rodea a sus personajes, para acabar ofreciendo mucho menos de lo que en un principio este material parecía prometer.

    Concebido mediante una serie de sucesivos flashbacks, el filme carece de una estructura narrativa definida. Una demasiado larga presentación de personajes y líneas argumentales en el primer tramo del metraje conducen hacia unas cuantas secuencias realmente estimables, que proporcionan el necesario impulso y constituyen su eje central, para derivar más tarde en una mera yuxtaposición de situaciones, perdido en los vericuetos de un triángulo amoroso de lo más previsible. El guión no deja claras cuáles son las causas que desencadenan la intriga principal, y va hilando una serie de personajes que, de forma confusa, entran y salen de la vida de la protagonista.

    La cinta toma aire y alcanza sus mejores momentos cuando abandona unos escenarios de diseño que se antojan demasiado artificiales y sale a las calles. Y es allí donde respira una realidad marcada por la violencia, las venganzas, la marginalidad o una religión de lo más distorsionada, en la que están inmersos sus personajes. Lástima que sean escasos esos instantes en los que el espíritu de un auténtico Medellín parece desbordar la pantalla. Mención especial merece la espléndida parte relativa al funeral, sobre cuya jocosidad respecto a la delgada línea que separa la vida y la muerte planea la inspiración de cualquiera de las páginas del colombino más universal, García Márquez, acompañada por la estupenda canción “La retirada”, de la mexicana Lola Beltrán.

    Emilio Maillé demuestra un buen pulso visual, con una cámara que con brío y soltura resuelve la acción, aunque este talento no logre compensar los continuos cambios de ritmo producidos por los vaivenes del desarrollo narrativo. Con este potencial trasmite de forma acertada las imágenes del caos, que rueda influenciado por múltiples referencias, en un entorno que cada vez tiene más presente las distintas mezclas en el medio audiovisual. El logrado envoltorio formal se completa con la partitura del compositor español Roque Baños, junto con otros temas, en un conjunto que desprende una gran vitalidad.

    Todo esto construido sobre el convincente trabajo de la colombiana Flora Martínez, que dota a su Rosario de una incuestionable presencia y fuerza, haciendo uso de muy distintos registros, aunque el director parece no haberle sabido frenar algunos efluvios dramáticos que recuerdan peligrosamente a las telenovelas donde se curtió durante largos años. Unax Ugalde frena estos excesos con el despliegue de la profundidad y perplejidad de sus miradas. Desde que protagonizó junto a Pilar López de Ayala aquella historia de amor cargada de momentos mágicos que fue Báilame el agua, este actor ha sido el elemento más convincente en toda una serie de películas de lo más desequilibradas.

    Así, el trabajo de los intérpretes y varias secuencias realmente brillantes son lo más destacado del proyecto, además de ser una de las escasas ocasiones de poder ver cine latinoamericano. Este paseo por las profundidades de Medellín, un lugar en el que como dice Rosario “es más fácil matar que amar”, se esfuerza por poner de manifiesto la brutal diferencia de clases, pero se centra en exceso en una aproximación emocional un tanto hueca, con una metáfora del tiempo más que evidente, quedándose a medio camino en el arriesgado asunto de indagar los verdaderos orígenes de la violencia.

    El filme está dedicado a las gentes, las calles y los cielos de Medellín, estos últimos fotografiados de forma casi irreal, cargados de fatalidad y aciagos presentimientos de una historia que alcanza tintes de tragedia clásica.


    (Fuente: www.labutaca.net)


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