Cannes ofrece una divertida y desinhibida cinta, dándole la bienvenida a un debutante, el argentino Damián Szifron.
Muchos estallaron en carcajadas durante la proyección de Relatos salvajes en plena competición oficial del 67º Festival de Cannes. Esta coproducción entre Argentina y España, producida, entre otros, por Pedro Almodóvar, hace alarde de un tono muy diferente de sus competidores. La escena de apertura es sencillamente un asombroso ejemplo de la efectividad de su narración. Algo que impulsa la película del argentino Damián Szifron (autor de exitosas series de televisión en Argentina) a una velocidad de vértigo. En vez de escenas, deberíamos hablar de historias, cinco en total, en una película de cortometrajes, a la más pura tradición de Condenados de ultratumba y En los límites de la realidad.
Cada historia se enlaza con la siguiente solo por su temática: la frágil frontera entre la civilización y la barbarie y el momento en el que cualquier persona es lo suficientemente forzado como para cruzarlo. ¿Quiénes son estos nuevos salvajes? No son los infames psicópatas o sociópatas, sino cualquiera al que la ironía de la rutina diaria lo empuja a la locura. Un hombre (interpretado por Ricardo Darín) se rebela contra el sistema después de que le lleve su coche la grúa el mismo día del cumpleaños de su hija. Otro (que permanecerá invisible) decide, de repente, eliminar a todas las personas que le hicieron algo malo durante su vida. Una camarera que trabaja por las noches se encuentra en frente de la única oportunidad que tiene de vengarse de su familia, destrozada por por mafioso sin escrúpulos, mientras los conductores se ven envueltos en una absurda lucha a muerte en una carretera desierta, tras un gesto poco apropiado mientras conducían. En la última parte de la película, un padre rico intenta cubrir la culpabilidad de su hijo después de que este atropellara trágicamente a una persona y se diese a la fuga, pero se convierte a su vez en víctima de la venalidad de sus amigos y su familia. Finalmente, la celebración de una boda se convierte en una noche en el infierno cuando la novia descubre que su marido tiene una aventura con alguien entre los invitados…
Hay innegablemente un alegre placer en descubrir el juguetón desarrollo de la mayoría de las historias, que operan sobre la identificación de las víctimas y los acosadores, pero Relatos salvajes no contradice el dicho de que las películas más cortas son a menudo las mejores. Además, Szifron comienza con tres cortos que son sencillamente excelentes, antes de concentrarse en los últimos dos en crear la tensión y perder en intensidad lo que ganan en duración y en psicología de los personajes. En este punto, el espectador sabe que la historia va a caer en picado y todo el suspense se mantiene en la expectación con la que debería ser tomado en cuenta. De hecho, la fuerza de las conclusiones decepciona un poco al final, pero Relatos salvajes triunfa como una película de episodios, más a menudo encontradas en el cine de género. Es entretenida y sumisa, y es un momento puro de diversión y rock’n’roll, que quizá podría haber estado mejor colocada en una proyección especial en vez de en la competición oficial. No porque sea una película hecha de episodios (como, por ejemplo, lo era a su manera El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas) y no porque esté al filo de la comedia negra y slapstick (Death Proof hizo lo mismo), sino porque la película consigue todo su potencial como una (¡esencial!) pausa entre el trabajo de autores como Nuri Bilge Ceylan y Bertrand Bonello y no como uno más de la selección.