“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA
  • Un triunfo sin miedo a estar demasiado cualificado
    Por Javier Quevedo Puchal

    Es precisamente en una de las primeras escenas de El método, justo en los previos al inicio de la selección de candidatos en torno a la que gira la película, cuando Fernando (el personaje interpretado por Eduard Fernández) establece un jocoso y bastante afortuna-do paralelismo con el programa televisivo “Gran Hermano”. Y es que, en efecto, no resulta fácil evitar, a la salida del cine, las com-paraciones con la mecánica de determinados reality shows como el mencionado u “Operación Triunfo” (ambos con renovado empuje, pese a que a un servidor no deja de sorprenderle cómo es posible que la fórmula siga funcionando después de haberla agotado tantas veces seguidas).

    Efectivamente, parece existir en la actualidad (y cabría añadir que de manera harto notoria) una morbosa fascinación por ver puesto en práctica y en todo su esplendor el popular dicho de que “el hombre es un lobo para el hombre”. A este respecto, también hay un personaje en la película (esta vez, Nieves, la ejecutiva interpretada por Najwa Nimri) que afirma con pretendida frialdad: “Si hay que ser un lobo, puedo serlo”. Pues al igual que ocurre de forma más o menos solapada en los citados programas, “El método” se articula como una cínica disección de los sucios juegos a los que nos po-demos llegar a entregar con la mayor voluntad tan sólo para elimi-nar a nuestros adversarios directos y alzarnos con la victoria que creemos merecer. De este modo, todo vale en la carrera: pulsos de ingenio, réplicas malintencionadas (con la mejor sonrisa, eso sí, que no falte el buen rollo), tanta frialdad como haga falta y, por su-puesto, dejándose los escrúpulos donde deben estar: en casa.

    Aunque basada en la obra teatral “El método Grönholm” de Jordi Galce-rán Ferrer, parece ser que el guión cinematográfico a cargo del propio Marcelo Piñeyro en colaboración con Mateo Gil se ha tomado bastan-tes licencias con respecto al original. Y digo “parece ser” porque, lamenta-blemente, no he podido ver ninguna representación y, por tanto, me temo que aquí hablo más por referencias in-directas que por experiencia personal. En todo caso, quizás la diferencia más significativa con respecto a la obra de Galcerán radique en que se la haya despojado de buena parte de su sentido del humor, más bien decantándose en el equivalente fílmico por el drama y la tensión la-tente, si bien ello no obsta para que haya momentos puntuales de humor o, para expresarlo más exactamente, socarronería. Claro que el planteamiento de la historia no da para menos: siete candidatos a un mismo puesto de trabajo en una gran empresa, sometidos a un retorcido método de selección por medio del cual habrán de ir superando una serie de pruebas teóricas en grupo, en cada una de las cuales deberán prescindir con razones de peso de uno de los otros candidatos... el/la cual, en consecuencia, será a su vez eliminado del proceso.

     Si hay algo que realmente desconcertó a quien esto firma es la habilidad con que la película logra estar en todo momento borde-ando el género de suspense (sin que lo sea realmente, cabe puntualizar). Pero es que, por diversas razones, El método tiene mucho de juego de rol. Y uno no puede dejar de pensar en las novelas de Agatha Christie, con varios sospechosos encerrados en un mis-mo escenario tratando de averiguar quién es el culpable del crimen y, al mismo tiempo, destapando todo tipo de sorpresas a lo largo de la investigación. Claro que, por otro lado, también tiene la pelícu-la de Piñeyro la virtud de no ser ni la mitad de tramposa que la cé-lebre obra de la novelista inglesa y, por el contrario, nos acaba re-galando un retrato muy poco complaciente tanto de la psicología humana como de la lamentable situación en la que ya se está mo-viendo el mercado laboral hoy por hoy. Para ello, se apoya en un guión que podríamos calificar de modélico, apuntalado por unos diálogos ejemplares y un desarrollo escalado de la ten-sión que consigue granjearse la atención del espectador has-ta el final, así como por una puesta en escena fría y muy estudia-da que garantiza unos cimientos lo bastante sólidos para asentar el tono de la historia.

      Aun con todo, difícilmente una pro-puesta de este estilo podría llegar a buen puerto sin el reparto adecuado. Por suerte para todos, El método cuenta con un elenco más que ajustado y, de hecho, ahí precisa-mente reside uno de los mayores atractivos de la película. Quizás la mayor pega esté en Eduardo Noriega y Ernesto Alterio: el primero porque no logra transmitir la convicción necesaria hasta casi la mitad de la película (alguien debería controlar sus arqueos de ceja, por favor) y el segundo, esencialmente, porque a ratos parece estar aún interpretando su papel en “El otro lado de la cama”. En cualquier caso, se trata de problemas menores dentro de un re-parto muy solvente, en el que destaca tanto Carmelo Gómez co-mo Adriana Ozores, regalándonos un recital interpretativo de lo más sobrio, controlado y elegante de acuerdo con los requerimien-tos de sus respectivos personajes. Sin embargo, si alguien brilla con especial intensidad, ésa es sin duda Najwa Nimri, que por un lado demuestra un aplomo inédito hasta ahora en sus interpretaciones y, por otro, consigue resolver magníficamente el papel más rico en matices y evoluciones.

    Resulta un verdadero alivio que, en un año tan pobre cinematográficamente hablando (y ya no digo sólo dentro de nuestras fronte-ras), nos llegue una propuesta tan estimulante como ésta. Una película rodada de forma elegante, que tiene el atrevimiento de tomar al espectador por un ser pensante, adulto y capaz de entretenerse de una manera inteligente y digna. En ese sentido, El método se revela como la auténtica sorpresa de la temporada. Hoy por hoy, el mejor estreno del año.


    (Fuente: La Butaca)


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