Un paisaje puede cambiar la forma de pensar de las personas. También la promesa a un desconocido. En esta película (El faro, del colombiano Pacho Bottía), el cambio de uno de los protagonistas ocurre por ambas razones. Pero esas motivaciones, en el fondo, tal vez solo son excusas o meros incentivos externos de un secreto deseo, de una decisión ya tomada. Esta cinta es la historia de un lugar, de un amor y de dos hombres que terminan siendo uno solo.
Genaro y Ofelia naufragan y recalan en la orilla de El Morro, un islote de piedra frente a la costa de Santa marta, donde se encuentra un viejo faro y su solitario cuidador. Aquel resulta el lugar ideal para lo que parece ser una huída de la pareja, un buen sitio para ocultarse y retomar fuerzas para llevar su amor a tierras lejanas. Pero ese sitio tiene cierta fuerza que cautiva y que dispone el ambiente para la introspección, para que los nuevos habitantes reflexionen sobre su pasado y su futuro, también sobre su relación.
Esa introspección necesariamente tiene su correspondencia en el tipo de imágenes y de relato concebidos por el director. El espíritu contemplativo se impone en esta película, con sus planos largos y fijos, y con su narración pausada y meditativa, como sus personajes. Son pocos los diálogos, naturalmente, porque la pareja tiene mucho en qué pensar y el viejo guardafaros está habituado al silencio desde que su esposa lo dejó hace veinte años.
Entonces es el constante sonido de las olas y del viento (eventualmente de una música envolvente) lo que llena la banda sonora. Y las imágenes están signadas por la calidez de una delicada fotografía y por los encuadres que evidencian ese aislamiento, físico y emocional, de los personajes: el viejo ya en sus últimos pesares, la mujer con sus anhelos cada vez más lejos de aquel faro y el hombre cada vez más apegado a él.
Ella quiere seguir huyendo y él se empieza a convertir en el viejo, porque entiende que el faro no solo es un lugar, sino que puede ser un ideal, una forma de vivir, incluso una suerte de sabiduría. También puede ser una causa perdida, lo viejo luchando contra lo nuevo, pero ese sitio ya empieza a ser un símbolo para él, así como el viejo un modelo a imitar, aunque esto implique que pierda a su mujer, como le ocurrió a aquel hace ya tanto. Su estadía allí, entonces, empieza a ser un asunto serio y profundo, casi místico. La salvación tal vez no está en el amor, al menos no para él, pues ese lugar parece haberlo tocado más hondamente que aquella bella mujer y su pasado en común.
Esta película puede verse como una búsqueda, tanto la de los personajes en relación con definir su vida y su destino como del director por construir un tipo de relato que sea el vehículo idóneo para dar cuenta de ello. Por eso no es un filme familiar para el cine colombiano, tampoco al de este icónico director costeño, ni en su narrativa, ni en la concepción visual, ni en la historia que cuenta, y eso ya tiene un valor, el cual puede aumentar según afecte en mayor o menor medida a cada espectador.