La pregunta acá es si Julio Cortázar es un escritor pictórico. Sus descripciones son escasas, sus caracterizaciones etéreas, a veces absurdas (¿qué es una mancuspia?). Sus cuentos no evocan imágenes, evocan sensaciones, atmósferas, estados mentales. Son una gran plataforma para las ideas, como Blow Up (1966) o Weekend (1968), cuya relación con los cuentos sobre los que se basan es enteramente conceptual. Ahora Julio Ludueña dirige Historias de Cronopios y de Famas, adaptada de la homónima antología de Cortázar, que es de lo más surrealista que tiene y darle cuerpo e imagen es todo un desafío.
El libro original cuenta con alrededor de 50 relatos que van desde la farsa política hasta instrucciones para subir una escalera. Julio Ludueña reúne 10 de ellos, animados sobre dibujos y pinturas de Carlos Alonso, Patricio Bonta, Crist, Ricardo Espósito, Felipe Noé, Magdalena Pagano, Luciana Sáez, Daniel Santoro, Antonio Seguí y Ana Tarsia. “La heterogeneidad de los cuentos,” informa el panfleto, “pedía una diversidad semejante en la concepción estética brindada por la maestría de cada pintor con su estilo y a su vez distintas concepciones determinaron la utilización de diferentes técnicas de animación”.
Habría que aclarar una cosa: el estilo es lo que diferencia un segmento de otro, no la animación. Un segmento posee personajes a lo Roy Lichtenstein, otro (el de Noé) es un collage multicolor de abstracciones, otro consta de garabatos espásticos, otro está hecho con pasteles tiza en blanco y negro, etc. Pero la animación es casi siempe la misma para todos: el efecto marionetesco de calcos articulados con mayor o menor uso del 2D o el 3D. El resultado es engañosamente simple, ya que hay una labor de 5 años de producción detrás de la película.
La primera y más obvia crítica a la película es que, como cualquier otra antología cinematográfica, algunos cortos son más interesantes que otros. Va con el género. El libro original ya era de por sí fragmentario, un cuaderno de ideas y sensaciones. Agrupadas de corrido en 86 minutos, buscamos instintivamente un arco narrativo o idea unificadora en la obra (el amor, el fin del mundo, París, lo que sea) porque de seguro ha de haber algo que ate a estos pequeños relatos. Lo único son los epónimos cronopios y famas, que no parecen tener una definición constante. Los cronopios pueden ser déspotas idolatrados, anarquistas accidentales o trabajadores revolucionarios. Los famas, al contrario, parecen ser cerdos capitalistas, aunque no veo nada inherentemente malo a “ser organizado”, como concluye la película.
El estilo es tan heterogéneo que habría que hacer una crítica por cada segmento de la película. Todos poseen encanto, pero algunos son frívolos, otros son chistes extendidos, otros (la mayoría, parece) son alegorías o fábulas políticas, el último es apenas una coda de un par de minutos. Hay uno muy bueno, el anteúltimo y quizás es el más narrativo, en el que tres niños con urracas en vez de cabezas sientan extraños en un sillón mortal. Pero es fácil comenzar a olvidar a partir del tercer o cuarto segmento, y fundirlos en la memoria a corto plazo. Hacia el final nos quedamos con el confuso recuerdo de imágenes bonitas y exóticas, y no con el espíritu inquieto como Cortázar sabe dejarlo.