“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Casa grande, hay que salir del agujero interior

    Dentro de la muy valiosa iniciativa Encuentros con el Cine Brasileño se estrenó hace pocas semanas Sonidos vecinos, notable película de Kleber Mendonça Filho. La tercera entrega de este plan de lanzamientos de ese origen es con Casa grande, ópera prima de Fellipe Barbosa que aborda temas similares a los de aquel film ambientado en un condominio de clase media de Recife, aunque en este caso se trata de una mirada a la clase alta de Río de Janeiro.

    Menos inquietante y un poco más obvia y ampulosa que su predecesora, Casa grande tiene todos los elementos de un culebrón televisivo, pero condensados -con bastante inteligencia, es cierto- en los 112 minutos de un film que ofrece un retrato bastante desolador sobre el estado de las cosas en un Brasil que, más allá de sus innegables avances socioeconómicos y de derechos, sigue teniendo una profunda diferencia de clases, un racismo y una descontención que afloran todo el tiempo y muchas veces de la peor manera.

    El film está narrado desde el punto de vista de Jean (Thales Cavalcanti), un adolescente de 17 años que está a punto de terminar la secundaria y debe prepararse para los exámenes de ingreso a la universidad. En pleno despertar sexual y búsqueda de independencia, choca a toda hora con su tiránico, invasivo, violento, hipócrita y manipulador padre (Marcello Novaes) y, en menor medida, con su hermana menor (Alice Melo) y con su madre (Suzana Pires).

    Los conflictos, de todas maneras, no son sólo entre padre e hijo. La familia, más allá del inmenso hogar con jardín y pileta al que alude el título (es excelente el primer plano con los créditos de apertura que expone con la cámara fija las dimensiones del lugar), de los varios autos, del chofer y de las múltiples empleadas domésticas, está en plena debacle económica y esa degradación acompañará a la decadencia moral de los personajes, con la excepción de Jean, quien encontrará en su relación con Luiza (Bruna Amaya), una joven de otro estrato y distinta formación, una manera de salir de ese encierro y de conocer otras realidades.

    La película aborda -por momentos de manera algo ingenua y subrayada- conflictos muy actuales como la no siempre fluida integración racial, las contradicciones entre la educación pública y la privada, y la lucha de clases en un país donde la movilidad social y las reivindicaciones masivas han cambiado las dinámicas más tradicionales.


    (Fuente: Otroscines.com)


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