Dejando atrás su etiqueta de promesa del cine chileno —de la que se despojaba hace un par de años con la excelente Bonsái—, Cristián Jiménez se estrenaba en la competición de Donostia Zinemaldia convertido en una realidad. Prueba fehaciente es su tercera película, La voz en off, una trágicomedia familiar de acordes y desacuerdos que logra divertir y emocionar gracias a su sinceridad y simpleza. Simpleza bien entendida, por supuesto.
Jiménez obvia cualquier artificio para ofrecernos una historia coral, donde el foco varía –aunque centrándose, principalmente, en la figura de Sofía (estupenda Ingrid Isensee)— sobre la ruptura del núcleo doméstico. Parte de su acierto proviene de su completo casting. Todos sus intérpretes necesitan pocas palabras para definirse.Sus miradas lo dicen todo. Hablan de su momento, de su desesperanza y dónde se hallan sus motivaciones. Un estilema que representa a ese nuevo cine chileno, con autores como Sebastián Lelio (Gloria) o Pablo Larraín (No), que logran extraer de lo cotidiano una fábula casi mágica que en ningún momento deja de un lado al realismo.
La voz en off es una cinta ligera, sin excesivas pretensiones pero que logra calar gracias a su franqueza. Un soplo de aire fresco, elegante y cautivador y que acentúa que estamos ante un narrador con mayúsculas en ciernes. Otra nueva razón del porqué de Cine en Construcción, el trampolín hacia un soberbio futuro.