La emboscada
Por Rolando Pérez Betancourt
Armando Gómez y Patricio Wood forman el elenco junto a Tomás Cao, Néstor Jiménez, Caleb Casas, María Teresa Pina, Amelia Reyes y Leonardo Benítez, integrantes de La emboscada, película de Alejandro Gil, de estreno en los cines.
Aunque el realizador Alejandro Gil repita que La emboscada no es una película de guerra, habrá espectadores en desacuerdo, y no precisamente por el amplio metraje que acontece en el escenario bélico.
Hay un género de guerra tradicional, lleno de tiros y cañonazos, y batallas que ganar, o perder, pero es muy difícil que las historias que conforman esas películas estén exentas de contenidos humanos relacionados con la gama de personalidades, y psicologías, que convergen en cualquier contienda.
La diferencia radica en el estilo e intensidad asumidos para vincular los conflictos provenientes de “la vida sin uniforme”, al campo de batalla. Alejandro Gil, y sus guionistas, Ernesto Daranas y Ania Molina, estructuran la trama desde tres tiempos fílmicos no siempre identificables en pantalla con la claridad ideal: el primero transcurre a partir de la emboscada en que cae un grupo de combatientes que viajan en un camión (escenas pletóricas de virtuosismo); el segundo se vincula a recuerdos evocados por los protagonistas, o a escenas previas a “lo que vendrá”, y el tercero, y cierre, se despliega años más tarde de aquella acción.
No se aclara dónde transcurre la guerra, ni tampoco se ve al enemigo (aunque sí sus disparos y acoso), pero se infiere la selva angoleña, de ahí que, aunque resalten aspectos universales vinculados a cualquier contienda (cobardía, heroísmo, solidaridad) hay trances que tocan muy de cerca nuestra realidad, y los realizadores los asumen desde una postura crítica que transpira franqueza en su tratamiento artístico.
Conflictos familiares vinculados en buena medida con etapas de la sociedad y asentados la mayor parte mediante una óptica de generaciones que se entienden a medias aunque, a veces, ni eso. En tal sentido, se destaca el perfil teórico de temperamentos confluyentes, aunque ya en la plasmación en imágenes, se aprecia algún que otro trazo grueso, o notas melodramáticas saltando por encima del pentagrama (recursos del melodrama que, en sentido general, aparecen contenidos y hasta convenientes).
La emboscada es un filme de afectos extremos, que en su círculo de guerra estampa un encomiable suspenso y en sus escenas complementarias —unas más sólidas que otras—, un digno soporte a la historia toda.
Película de guerra, o no (que para algo existe la llevada y traída contaminación de géneros), lo cierto es que el filme muestra meritorios resultados, gracias, entre otros factores, al cuadro de actores sin fisuras que presenta (entre ellos, no pocos jóvenes en absoluta madurez profesional) a la fotografía de Rafael Solís, el sonido, la ambientación y el maquillaje, que a nadie escapará que las heridas que se hacen los combatientes son seguidas en su evolución con un plausible rigor plástico.
Gustará a no pocos La emboscada, y al mismo tiempo pondrá a pensar en realidades críticas que, aunque tratadas ahora desde un escenario bélico, también han estado fuera de eso que llamamos “la guerra como género cinematográfico”.
(Fuente: granma.cu)