“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Vientos de agosto, el otro cine
    Por Carles Rull

    Habitualmente nos fijamos en las grandes sagas y superproducciones cinematográficas, en todo lo que acontece sobre Star Wars, si tal o cual película ha batido algún récord de taquilla en su primer fin de semana, en los repartos encabezados por las estrellas del momento. Pero, ¿qué hay de ese otro cine? Abundante y conocedor de que no llegará a las grandes salas de todos los países. El que sabe que su suerte le cae cuando obtiene algún premio en algún festival o cuando una compañía le compra los derechos de distribución para un determinado país, y cuando así sea, que está predestinado a estrenarse con pocas copias y a tener una vida en cartelera muy limitada. Pero, en esto radica también su particular éxito. Su propio reto.

    Es el otro cine, “invisible” muchas veces, del que muy pocos llegan a percatarse que existe, que difícilmente encuentra su oportunidad para exhibirse aunque sea ante una (amplia) minoría. Entre los innumerables ejemplos, este mismo viernes llegó sin apenas hacer ruido uno de estos exponentes, la brasileña Vientos de agosto (Ventos de agosto).

    Está dirigida por Gabriel Mascaro y su carrera cinematográfica lleva creciendo y desarrollándose, como tantas otras, entre festivales especializados. Aquí su primicia fue en el de San Sebastián, pero ni siquiera en la edición de este año sino en la del pasado. Mascaró había destacado por sus trabajos como documentalista, y en Vientos de agosto se lanzó con su primer largometraje de ficción. Sin embargo, decir ficción teniendo en cuenta las predilecciones y maneras de Gabriel Mascaro es hablar de fusión con el documental y la realidad.

    Los protagonistas son una joven pareja de amantes. Ella y él. Shirley (Dandara de Morais, actriz que es además la única que tiene experiencia profesional anterior ante las cámaras) y Jeison (Geová Manoel dos Santos). La pesca o sus trabajos en una plantación de cocos, su cotidianidad (Shirley cuidando de su anciana abuela) o sus encuentros para hacer el amor. Igualmente protagonista, o más, son los parajes tropicales y costeros que les rodean en una aldea del estado de Alagoas en los que nunca pasa nada, solo la vida. Y sobre la vida y la muerte tomará conciencia el muchacho tras hallar, primero, una calavera bajo el mar, y luego un cadáver en descomposición.

    Cine hecho sin prisas, a base de silencios y sonidos (el mismo director, Gabriel Mascaro) realiza un cameo interpretando a un investigador que graba los sonidos del lugar. Vientos de agosto nos habla de la importancia de no perder la memoria sobre el pasado, de la sensualidad física de parajes y cuerpos, de lo tranquila que transcurre la vida allí entre cocos, palmeras y cayucos (y coca-colas que se usan como crema bronceadora). También quizá sobre la respiración de las rocas, a primera vista elementos tan inertes como nos puedan parecer los mismo lugareños.

    Ritmo sostenido, lento, contemplativo. Escenas sueltas e hilvanadas sin un hilo o una intriga argumental a la que agarrarse. Cada minuto de su visionado puede hacerse eterno (a quien eso le ocurra, por suerte, solo dura una hora y diez minutos) o bien disfrutarlos como una ventana a la vida, a otras realidades y culturas, deleite para cinéfilos a contracorriente o comprometidos. Es el otro cine, como los personajes y paisajes que retrata, luchando por hacerse un pequeño hueco en el firmamento de las salas de cine donde poder, al fin, encontrarse con su público.


    (Fuente: 20minutos.es)


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