Últimas conversaciones fue elegida para abrir el 15° Doc BuenosAires, un filme gratamente recibido por los espectadores, a pesar de la nostalgia que sentíamos tras la reciente muerte de su realizador, Eduardo Countiho (1933-2014), autor de obras emblemáticas dentro del documental brasileño como Edificio Máster, Santo Forte, Las Canciones o Jodo de Cena, entre otras.
“Dios es un hombre que murió” escuchamos al comienzo del filme. Aquella frase que siguió resonando entre las imágenes contextualizaba la última etapa transitada por el realizador; un período de cuestionamientos, de cierta desilusión con la vida y, al mismo tiempo, de continua búsqueda ante la proximidad del final de su carrera.
Nada era convencional en su cine y, en la primera escena, Countiho se encarga de demostrarlo, mientras dialoga frente a cámara con su montajista de siempre, Jordana Berg, sobre el proceso de realización del documental que veremos hacerse a sí mismo. Un detrás de cámara, donde expone sus dudas sobre el proyecto de entrevistar a jóvenes que, según él, carecen de memoria y de los cuales se siente muy alejado. Sin embargo, esa distancia con otras generaciones, con aquellos que desconoce, implica un nuevo desafío y eso le encantaba. A lo largo de su filmografía, siempre le gustó reflejar y dar voz a los anónimos. “El sentido de mi vida está en el acto de filmar”, decía Coutinho y fue tras ello.
El filme se rodó, con gran austeridad, durante cinco días en el interior de una habitación. Solo vemos una puerta en el fondo del cuarto, una silla para el entrevistado y la voz de Coutinho fuera de cuadro, filtrándose en la imagen para interactuar con sus personajes. Por esa puerta desfilaron varios jóvenes, chicas y chicos, provenientes de las favelas de Brasil, quienes se entregaron a un diálogo sincero y fluido sobre sus vivencias personales, sus pensamientos y opiniones sobre el mundo.
El minimalismo de la escenografía permitió focalizar la atención de un experto realizador que supo transmitir y extraer, desde los encuadres y a través de sus preguntas, lo mejor de cada uno de sus entrevistados. Con el uso de cortes discontinuados y dejando correr el discurso, la cámara de Coutinho funcionó como un agente catalizador sobre los jóvenes; una suerte de confesionario o como si estuviesen delante de un amigo, al cual pueden contarle sus problemas, sus marcas de vida, los sueños por cumplir, aquello que les da fuerza y lo que supieron hacer de ellos con todas las dificultades de un presente duro y desigual.
Emotiva, sincera, graciosa, fluida y con la frescura de esos rostros en primer plano que se exponen ante el espectador, compartiendo su mundo con el nuestro; Últimas conversaciones resultó ser un gran estudio sobre el poder de la palabra y cómo, a través de las palabras, se forman puentes con el otro para volverse imágenes que los relatan. “Lo que me interesa es filmar el cuerpo, el que habla es el cuerpo”, decía el director en una entrevista.
Si bien Coutinho había dejado casi terminado el filme, no llegó a concluirlo, tarea que realizaron su productor y realizador João Moreira Salles y su entrañable editora, Jordana Berg, quienes imaginaron correctamente un final a la manera del maestro. En un comienzo, el título del documental era Palabras, pero ellos consideraron que Últimas conversaciones sería más adecuado a las circunstancias. “Deseaba con pasión y hasta con desesperación que el otro le diera algo –una historia, un momento de belleza– a cambio del cual, él le ofrecía la más atenta de las escuchas”, recordaba Moreira Salles.
Sin duda, este merecido homenaje a cargo del Doc BuenosAires es una muestra a la generosidad y trayectoria de un cineasta brillante y sensible, como pocos.