En Estados Unidos, el documental paradójicamente “pertenece” más a las Universidades que a la televisión, donde es tan difícil ser aceptado si no es comercial. ¿Crees que hay un mismo techo de protección para los documentalistas jóvenes en América Latina, a través de las Escuelas de Cine?
Puede ser. Pero las escuelas de cine latinoamericanas están volcadas a la ficción. Casi nadie enseña documental. En todo caso son una esperanza. Ahora hay más alumnos que se interesan por el documental. Pero también hay una actitud oportunista: muchos jóvenes se decantan por el documental porque es más “fácil” de producir que una ficción. Ignoran que el documental pide una actitud distinta y que no es solamente una “especialidad”, sino una vocación que exige mucha más energía y ética que la ficción.
Aparecen también las fundaciones y los productores…
Esto es positivo. Permite hacer más cosas, aunque con bajos presupuestos. Lo más interesante que ha ocurrido en Europa es la creación de canales especializados, que se dedican a la producción documental.
La situación europea es, así, envidiable. Sin embargo, esa situación no se identifica con lo que sucede en América Latina. Por un lado, los canales de televisión pertenecen a la burguesía.
En casi toda Latinoamérica, la televisión está bajo el control de gente conservadora que no se atreve a correr ningún riesgo, no sólo con obras documentales. Al final los talentos documentales terminan refugiándose en el área informativa de cada canal.
Entonces, ¿cuál puede ser el destino del documentalista en América Latina, si quiere y necesita hacer un cine de denuncia social y política, y no va a tener espacio en la televisión?
Hoy día no hay documentales “militantes” en ninguna parte. La temática y las formas expresivas dieron como resultado otro tipo de películas diferentes. Sin embargo los nuevos documentales siguen siendo tan incómodos como los viejos filmes militantes.
Sin llegar a un cine “militante”, pensemos en que en Chile, Televisión Nacional no pasa La memoria obstinada, la televisión cubana no pasa documentales sobre “jineteras”, en Argentina la televisión no pasa documentales sobre desparecidos o la guerra de las Malvinas. Hay temas en América Latina sobre los que no se puede “hablar”, pero hay documentalistas que quieren “hablar” precisamente sobre esos y no otros temas.
La existencia del documental depende de muchas otras cosas. En América Latina los núcleos de pensamiento viven arrinconados. Los historiadores, filósofos, ensayistas y críticos de la sociedad no tienen medios a su alcance. Adentro de este panorama es poco factible el desarrollo del documental, incluso de obras que nada tienen que ver con la política, como los documentales de literatura, teatro, ballet, artes plásticas y otras incontables ocupaciones humanas. Porque los responsables televisivos seguirán diciendo que son pesados, aburridos, poco dinámicos y que no pueden alcanzar la misma audiencia que la ficción. La mentalidad conservadora no sólo desconfía de la temática “social” sino de cualquier “punto de vista” documental, porque el universo documental choca con el mercantilismo televisivo. Casi siempre, los creadores de documentales muestran el costado más sensible de la vida: las confesiones de un artista, las reflexiones de un anciano, la vida de un colegio, la vida de un pueblo, la muerte de un barrio, la contemplación de la naturaleza, el desarrollo de la arquitectura, etc. Son temas que no movilizan a los dinámicos ejecutivos que hoy mandan en la televisión. Una sonata para piano no alcanza a oirse en una sala de grandes dimensiones. Las obras documentales necesitan un marco distinto, un espacio y una fórmula de programación inteligente.
¿La solución estaría en los canales nuevos de los que ya hablaste?
Puede ser, aunque no estoy seguro. En Francia aparecieron cuatro o cinco: Odysée, Histoire, Planéte y sobre todo ARTE.
Pero esto no garantiza nada. El día de mañana estos canales pueden desaparecer. Yo me inclino a pensar que el género documental es un género a contracorriente. Aunque ha perfeccionado mucho su lenguaje y ha completado el primer círculo alrededor sí mismo, desde los hermanos Lumiére hasta hoy día, sigue siendo una especie de resistencia cultural.
Su garantía de reciclaje no reside en los buenos o malos momentos económicos, no depende de ninguna fórmula de estatalismo o de pluralismo político, ni de tal o cual canal de televisión adelantado, sino que depende de sí mismo. El documental es una especie de virus de la creación artística, fuertemente anclado en el cerebro de un tipo especial de cineastas. De este modo, siempre habrá un grupo de personas que verá en la realidad una fuente inagotable de creación.
Hablemos un poco de Pueblo en vilo, que surge de un texto de un historiador famoso por su ejercicio de la microhistoria en México, Luis González. ¿Cómo llegaste a hacerla? ...
A unos cuantos kilómetros de la capital de México existe un pequeño pueblo sin vías de ferrocarril, sin arquitectura, sin artesanía, sin industria, sin indios, sin turistas. Es un pueblo ordinario, perdido en el campo. Sin embargo un escritor escribió un libro que demostraba que en ese pueblo había pasado de todo, tanto o más que en la misma capital. En el año 1995 recibí el encargo de hacer una película sobre ese libro.
Para filmarla no hicimos más que seguir las indicaciones del autor, que vivía en el pueblo, don Luis González, que es un hombre extraordinario.
Pensé que los viejos álbumes de fotografías, que tenía la familia de don Luis, podían servirnos como estructura para la película. El camarógrafo y yo también revisamos otros libros muy conocidos de fotos, como Let as Now Praise Famous Men, de James Agee, sobre los trabajadores agrícolas de Alabama de los años 30, con fotos de Walker Evans.
Mi mujer, que es alemana, me mostró Heimat, una película de ocho horas de Edgar Reitz, que muestra la evolución de una comarca rural, en el sur de Alemania. En todo caso, como ocurre siempre, lo que habíamos planeado sólo sirvió de punto de partida.