“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Jesús, una obra que narrativamente resulta casi brillante
    Por Víctor Blanes Picó

    El cine latinoamericano lleva unos cuantos años explotando unas señas de identidad que hacen identificables a los nuevos directores. Sin embargo, lo que de un tiempo a esta parte podría parecer un acercamiento fresco y diferente a una sociedad cambiante donde los jóvenes se encuentran cada vez más desconectados del universo de los adultos, en la actualidad parece haberse convertido más bien en un género en sí mismo. Una suerte de decálogo de formas y modos de representación que se ha convertido en el manual de buenas costumbres de demasiados nuevos directores del continente sudamericano. Hablamos de adolescentes perdidos en el paso a la madurez que viven en la periferia de las grandes ciudades, en barrios fruto de una clase media en ciernes que no deja de ser un espejismo. Hablamos de la cámara siempre pegada al cogote, de planos muy cerrados, de una fotografía oscura, de sexo y violencia explícitos, de música y discotecas como forma de evasión. Al final, no son más que las coordenadas establecidas de la nueva manera de poner en imágenes la nueva realidad. Sin embargo, a estas alturas, estamos ya ante elementos de fórmula, tics y dejes que convierten muchas de las películas que se adhieren a ellos en ejercicios impersonales. La moda autoral que se acaba merendando al autor.

    Esta reflexión viene a colación de la segunda película de Fernando Guzzoni, Jesús, que sigue los pasos de un adolescente que deambula por la vida entre la droga, la moda de los bailes coreanos de K-pop y sus amigos. La incomunicación con su padre es palpable: pertenecen a dos mundos diferentes que conviven en el mismo apartamento, pero son incapaces de entenderse entre ellos. Jesús se aferra al nihilismo de su generación como único bote salvavidas; una generación anestesiada de todo lo que le rodea, capaz de esbozar una pequeña mueca burlona al ver en un video de Internet una brutal ejecución perpetrada por un grupo de narcos. Guzzoni, consciente de su importancia, se toma su tiempo para contextualizar este caldo de cultivo que desemboca irremediablemente en un incidente violento en el que estallan todas las inseguridades adolescentes como si de un acto de rebeldía inconsciente se tratase.

    Frente a ello, Jesús escoge, de nuevo, el camino del cine en el que se enmarca: el fuera de campo está prohibido; el verismo por bandera empuja a utilizar lo explícito como arma arrojadiza. Sin embargo, su trabajo previo y su esfuerzo por encontrar la coherencia en la puesta en escena evita que se antoje simplemente como una decisión gratuita o provocadora. Y, después de la tormenta, el conflicto se traslada al ámbito familiar. ¿Cómo asumir la responsabilidad y la culpa de una estirpe a la que no reconoces? Allá donde muchas cintas naufragan, en esa suerte de epílogo que en demasiadas ocasiones termina en tierra de nadie, es donde Guzzoni más cómodo se siente y acaba de pulir y modelar el significado de su ópera de prima. Lástima que el canónico uso de la escuadra y el cartabón en lo visual acabe impregnando de un regusto a déjà vu una obra que narrativamente resulta casi brillante.


    (Fuente: Elantepenultimomohicano.com)


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