“Este es mi bello Jericó, el monte azul rozando el infinito, el infinito entrando en la cabaña”, con este poema de Oliva Sossa empieza la película documental Jericó. El infinito vuelo de los días, de la colombiana Catalina Mesa, que se estrenó el 17 de noviembre de 2016 en Cali y en otras ciudades de Colombia.
La fe, el humor, la esperanza, la amistad de las mujeres de Jericó, con historias difíciles, pero nunca víctimas ni sumergidas en el dolor, está presente en esta producción colombo-francesa. Nadie se va invicto de la sala de cine. Sus protagonistas dejan mensajes como “A la vida hay que ponerle un poquito de dulzura”, “El libro de la vida es tan grande que nadie termina de leerlo”, “Hay que vivir siempre con esperanza”, pura sabiduría femenina para saborearse la vida.
Su directora, Catalina Mesa, nació en Medellín, vivió varios años en Estados Unidos y otros más en Francia, rinde un homenaje a sus ancestros con este bello diario de mujeres jericoanas, en medio de un paisaje de ensueño, el del municipio del suroeste antioqueño, Jericó, que ha enamorado a los festivales del mundo.
¿Por qué se interesó por Jericó?
Yo tenía una tía abuela, Ruth Mesa, que nos transmitió todas las historias de su infancia en Jericó. Era de la generación de mi familia que emigró del pueblo a Medellín. Ella sembró en mí las historias divertidas de ese pueblo onírico. Cuando ella se enfermó, la filmé contando sus historias para conservar ese testimonio en mi familia. Pero me prometí que cuando estuviera lista, volvería a Jericó para hacer ese trabajo a nivel colectivo, para dejarle a la familia antioqueña, a la familia de Colombia, el espíritu femenino de esa generación, como memoria, como entidad y como visión de su autenticidad.
¿Cómo escogió a las protagonistas?
Yo vivo en Francia hace muchos años. Y cuando estuve lista me fui a Jericó, renté una casa y le dije al pueblo: ‘Ya llegué. Con la intención de preservar tu espíritu femenino, que se haga tu voluntad’. Fue un proceso hermoso con varias sincronías. El director del Museo Maja, de Jericó, Roberto Ojalvo, me puso en contacto con Nelson Restrepo, un hombre muy cívico del pueblo, que conoce a todo el mundo y me dio los nombres de 20 mujeres. Viví dos meses en Jericó y la primera semana fui a visitarlas. Seleccioné a 12. Yo estaba buscando un caleidoscopio, donde cada mujer fuera un color. Me senté a conversar con ellas, a hacerles preguntas sobre sus vidas, e intuitivamente empecé a seleccionarlas.
No son actrices...
No, ninguna. Son mujeres del pueblo, instituciones reales. Esta película es un umbral entre documental y ficción. Documental, porque son las historias de ellas y de sus vidas que yo pongo en escena, ninguna historia es inventada, son historias reales. Pero al mismo tiempo ficciono un poco porque las dirijo mucho. La fotografía es muy dirigida, son itinerarios de encuentros, yo dirijo dónde vamos a filmar y por qué. En cada espacio cuido que salgan los detalles, las colgaduras, los objetos, su música, porque esa es su expresión. Pero al mismo tiempo quise dejar que en ese espacio sean ellas mismas.
¿Está su tía abuela reflejada en ellas?
En cada una. Ella no está ya, pero aparece en la capacidad de ellas de contar las historias difíciles con muchísimo humor, en la fortaleza. Todos los valores profundos de ella los encontré en cada una de esas mujeres. Está Luisa, la maestra, que fundó el primer kínder en Jericó; como también tienes a Licinia, que vive en una vereda y que tuvo muchísimos amantes o a Luz, una mujer más campesina, pero con una sabiduría de vida impresionante. Son mujeres muy diferentes, que al encontrarse van tejiendo y van mostrando todos los coloridos de nuestro femenino.
¿Encontró personas que conocieran a su tía abuela?
Mi tía abuela Ruth Mesa fue reina de Jericó. Y en 1948 para construir la nueva catedral de Jericó tenían que conseguir fondos e hicieron un reinado en el municipio y ella quedó y como reina entró al Teatro Santamaría. En el estreno en Jericó, el 20 de octubre, fue muy bonito ver que esas mujeres entraban en el mismo teatro, ya no era una sino ocho, también las reinas de Jericó, porque son las mujeres institución, reconocidas, el alma de ese pueblo. Ellas no conocían a mi tía abuela, pero la reconocieron en esta historia.
¿Cómo describiría a Jericó?
Es un lugar totalmente colorido, una explosión de color, cuando yo veía sus ventanas y sus puertas pensaba en un cuadro de Mondrian, porque son geometrías hermosas. Las quería filmar como un cuadro. Pero en sus habitantes encontré una dulzura. Cuando te hablo de Jericó, te hablo de cualquier pueblo colombiano, porque a pesar de que somos regiones diferentes, las historias son universales. En festivales de cine en Toronto, Lima o Vancouver han recibido la película igual de conmovidos que la gente de Jericó porque son historias locales, cuando uno llega a la intimidad del ser humano eso es igual en cualquier parte del mundo. Mi vecina de Jericó, Yamilé, cuando llegué, lo primero que me gritó fue “Catica, pase que ya le hice un arequipe”, así es Jericó, dulce como el arequipe.
¿Por qué llamó la película Jericó. El infinito vuelo de los días?
Escogí ese título porque la fiesta tradicional de Jericó es la de las cometas, en el pueblo hay como un dialecto sobre el vuelo, la cometa, el avión, el avioncito. Hay diferentes formas de cometas. Al final de la película hay una niña que aprende a volar una. Ahí estaba la metáfora de la vida, aprender a vivir, tomar vuelo. Son historias del día a día de las mujeres, del cotidiano, de su quehacer, de sus manualidades, era preservar la intimidad de sus espacios, del día a día, pero cuando ellas se encuentran y a través de sus espacios van conversando, van revelando sus mundos más íntimos, su mundo espiritual, ‘su infinito’.
¿Cómo entra Teresita Gómez al proyecto?
La música fue previa a la película. Como yo sabía que era un trabajo etnográfico y crecí en una familia tan musical, quería preservar de ellas su oralidad, sus espacios, pero también la música. Yo crecí oyendo la música de Teresita con mi familia, boleros, tangos, Los Panchos, Lucho Bermúdez, y cuando empecé a hacer la película, le mostré algunas imágenes y ella me dio la bendición para que usara su música, que es muy coherente con el espíritu de esos tiempos. Hay cinco piezas que están en los momentos solemnes de la película. Y hay otras de Los Panchos, de Lucho Bermúdez y colombianas, que ellas estaban escuchando cuando las filmé y que son parte de su espacio y de su tiempo.
¿Los poetas cómo entran al proyecto?
A Jericó le dicen "El Atenas del Suroeste antioqueño", porque a principios de siglo hay muchas comunidades religiosas que llegan allí y eso hace que haya una cultura y una educación muy literaria. En el Centro de Historia te sorprendes con la cantidad de poetas jericoanos que hay, Dolly Mejía, Oliva Sossa, Hugo Martínez, Julio Toro, Juan Bautista Jaramillo Mesa, Manuel Mejía Vallejo. Es un pueblo literario. Yo me senté a leer poemas y a cada mujer le quería poner una estrofa, pero cuando me di cuenta que estas mujeres estaban tan llenas de su propia poesía, que tenían su propia oralidad, dije ‘Eso queda muy cargado’. Estoy editando un libro de toda esa lectura de poemas y elegí 40 de los 400 que me leí, para celebrar ese legado poético de Jericó.
¿En qué festivales ha estado?
Cuando terminé la película, ahí mismo fue Selección Oficial en HotDocs, uno de los festivales más importantes de documentales de América del Norte en Toronto. Al final de la película las mujeres canadienses me abrazaban. Todos entendieron muy bien el mensaje. Fue selección oficial en el Pucp de Lima, luego en Vancouver; el año entrante va para la muestra en Sao Paulo, DocAviv en Israel, Barcelona, Francia, va a estar en el programa Franco-Colombiano el año entrante. Está teniendo un vuelo muy lindo y es muy bonito compartir una mirada femenina, sensible.
¿Por qué la productora es francesa?
Es una producción franco-colombiana porque como he vivido tantos años en Francia, cree una productora hace seis años y decidí lanzarme a hacer esta producción y logré encontrar financiamiento en ambos países.