Es difícil separar los méritos de Playing Lecuona, que se exhibe en el cine Charles Chaplin hasta el 25 de diciembre, de la incuestionable relevancia artística y cultural del tema. Codirigido por el español Juan Manuel Villar y el cubano Pavel Giroud, el aplaudido documental emprende un espectacular recorrido por los espacios vitales donde se registran algunos de los momentos claves en la existencia de uno de los más relevantes creadores que ha dado la isla. Y además, está el homenaje sentido y necesario, junto a la participación estelar de famosísimos invitados.
A partir de entrevistas a tres de los mejores pianistas del ámbito iberoamericano (Chucho Valdés, Michel Camilo y Gonzalo Rubalcaba), del recorrido por las tres ciudades claves en la biografía del célebre compositor (La Habana, Sevilla y Nueva York) y de la antología de sus más significativas piezas, la obra intenta cubrir demasiadas agendas y sacrifica la coherencia, y a veces incluso lastima el ritmo expositivo. Así, el documental suele dispersarse entre ejes temáticos tan variados, y a veces contradictorios, como el homenaje, la biografía, el inevitable performance y la lección de historia a partir de la crítica o polémica en torno a determinadas épocas de intolerancia.
Porque si bien el peso mayor del documental deriva de los temas musicales interpretados por los descomunales talentos convocados, tampoco se eluden tópicos polémicos en la biografía del compositor, como la envergadura o falacia respecto a las limitaciones en la divulgación de su música, o la decisión de que los restos mortales del artista fueran sepultados en Estados Unidos y no en Cuba. El documental le presta tal vez demasiada atención al supuesto caso político, en juego evidente con el atractivo adicional que supone la victimización del biografiado. No obstante, algunas de las voces incluidas intentan poner en perspectiva lo que ocurrió, y la relectura del pasado en función de dispersar falacias y reconocer lo que deba ser reconocido, sin mitologías ni inculpaciones estériles.
Pavel Giroud, el realizador de tres filmes retro como La edad de la peseta, Omerta y El acompañante, contaba con poderoso aval para enfrentar un proyecto afincado en la relectura del pretérito, dentro de una indagación interesada en potenciar, sobre todo, la redención de valores culturales inmanentes. Dentro del género testimonial, Giroud nos entregó también documentales musicales como Frank Emilio, amor y piano, Esther Borja: Rapsodia de Cuba y Manteca, Mondongo y Bacalao con Pan, además de sus bien notables videos musicales en la línea de Quizás, quizás, Maracujá, Mueve la pachanga y Arráncame la vida.
Playing Lecuona pudo ser un documental de autor en manos de ese melómano y experimentado realizador que es Pavel Giroud, pero las urgencias de los consensos que impone la codirección, la coproducción, y el imperativo de realizar un documental de viajes, espectacular y polémico, conspiran en contra de una perspectiva más autoral o personal. De todos modos, la obra se ubica al centro de la más reciente tendencia del cine cubano a explorar el pasado (El acompañante, Ya no es antes, La obra del siglo) con el ansia evidente de tratar de comprender el día de hoy y encaminarnos al mañana.
Independientemente de la indagación en el pasado en busca de valores y certezas, la obra alcanza máximo poder mediante los brillantes momentos cuando actúan los tres pianistas mencionados, en rendido homenaje al Maestro, y resplandecen las escenas que convocan a invitados tan convincentes (por decir lo mínimo) como Omara Portuondo, Los Muñequitos de Matanzas, Ana Belén, el guitarrista Raimundo Amador, o la cantaora Esperanza Fernández, en sus respectivas variaciones de Estás en mi corazón y La comparsa; Danza ñáñiga, Suite Andalucía, Siboney o Y la negra bailaba.
Coproducción de la canaria Insularia Films, la andaluza La Zanfoña Producciones (Juan de los Muertos) y la colombiana Igolai Producciones, con el Grupo Planeta y Sony Music con los derechos en exclusiva para la distribución internacional no solo del documental sino también de su banda sonora musical, Playing Lecuona se concibió para insertarse en los grandes circuitos comerciales, y continuar el estilo musical-expositivo de sendos documentales musicales de enorme éxito, ambos relacionados con la música cubana, como Buena Vista Social Club (Wim Wenders, 1999) y Calle 54 (Fernando Trueba, 2000) que, cuestionamientos apartes, manifiestan mayor nitidez narrativa y eficacia selectiva a la hora de integrar cada uno de sus grandes momentos en el sentido totalizador de la obra.
También opera en su contra un ritmo expositivo tal vez demasiado pausado, o descriptivo, con múltiples secuencias de una estetización que colisiona con el tono meramente expositivo de otros muchos fragmentos. Mientras viajamos de Guanabacoa a Sevilla, pasando por las Islas Canarias y Nueva York, y presenciamos excepcionales interpretaciones, se verifica, eso sí, una de las operaciones de rescate cultural más reveladoras e ineludibles en la cultura cubana de los últimos tiempos: acabar de restituir a Ernesto Lecuona como el más universal de los músicos nacidos en Cuba.